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Al principio  de los tiempos, la tierra  y el cielo estaban a oscuras. Solo noche había.

Cuando la primera mujer y el primer hombre emergieron de las aguas del lago Titicaca, nació el sol.

El sol fue inventado por Viracocha, el dios de dioses, para que la mujer y el hombre pudieran verse.

Capítulo para el 24 de junio  de Los Hijos de los Días, de Eduardo Galeano

Los evenk creían que la tierra había sido creada por Savaki, el hijo del cielo, que vivía arriba, en el Ugu Buga, con su hermano mayor Khargi. Savaki pidió al pato y al somorgujo que le ayudaran a crear el «mundo del medio» trayendo arena y barro del fondo del mar. El pato se zambulló tres veces pero no pudo llegar hasta el fondo. El somorgujo también se zambulló; la primera vez no tuvo éxito. La segunda vez tocó el fondo con el pico. Descansó unos instantes y renovó el intento. Descendió tanto que esta vez regresó con el pico lleno de barro. Cuando salió a la superficie, con la tierra que traía en el pico formó una pequeña isla que poco a poco se fue agrandando. Khargi estaba celoso de que su hermano hubiera creado la tierra cuando a él ni siquiera se le había ocurrido hacer algo semejante.
A Savaki le disgustó ver esa tierra desnuda. Nada crecía ni vivía en ella. Decidió entonces crear las plantas, las montañas, los ríos y los lagos. Todos los días descendía a la tierra para trabajar y Khargi iba detrás para espiarlo. La tierra se extendía pero no era todavía bastante firme, por lo que Savaki le prendió fuego. Durante mucho tiempo el incendio hizo estragos; luego, cuando el fuego se extinguió, los ríos y lagos cubrieron lo que se había quemado. Savaki pidió ayuda a Dyabdar, el dragón acuático con su imponente cornamenta de cérvido. Dyabdar penetró en el interior de la tierra y las contorsiones de su cuerpo al abrirse paso formaron las colinas y las montañas.
Savaki se consagró entonces a crear los árboles y las hierbas. Su propósito era dar al hombre vegetales útiles, pero Khargi, celoso, espiaba a su hermano e imitaba todo lo que hacía. Cuando Savaki creó el alerce, Khargi hizo el pino. Los evenk no se sirven de la madera del pino como
leña porque su humo quema los ojos. Savaki creó el abedul y Khargi, torpemente, el aliso, inútil para los evenk que no obtienen de él más que una tintura. Despechado, Khargi exclamó: «De ahora en adelante sólo crearé cosas inútiles o dañinas para el hombre.»
Así, todos los animales y los pájaros que Savaki creó son comestibles y aquellos que son obra de Khargi son incomibles. ¡Cuando Savaki creaba una oca, Khargi hacía… un picamaderos! Savaki terminó por proscribir el consumo de los animales creados por Khargi.

 

En el Correo de la UNESCO de mayo 1990, En los orígenes del mundo: de los primeros mitos a la ciencia actual

 

Los evenk, antiguo pueblo del norte de Siberia, creían que el sol, la luna y el cielo eran sus antepasados y el origen de todo lo que existe en la tierra. Creían también que su reino abarcaba las vastas extensiones del Ugu Buga, él mundo de arriba, con sus taigas, sus ríos y sus mares, más allá de la inmensidad de los océanos de Lam Buldyar, dominio de Savaki, el hijo del cielo.
Dylachankur, el sol, señor de la luz y del calor, es la principal figura de la cosmogonía evenk. Todas las mañanas se levanta y ordena a su hijo Garpani que acerque una antorcha de corteza de abedul a la abertura de arriba para iluminar el mundo. A medida que Garpani se va aproximando a la abertura, la claridad invade la tierra y cuando pasa la antorcha a través del boquete despunta el día.
Dylachankur trabaja todo el día para dar calor a los hombres. Cuando corre la cortina que cierra su tienda y reaviva el fuego del hogar, es otoño en la tierra. Una vez que todo el calor queda aprisionado en su enorme bolsa de cuero, dentro de la luna no se ve, pues ha regresado a buscar su ollon, y en el preciso instante en que el sol se su tienda herméticamente cerrada, es invierno. Cuando Dylachankur y sus hijos pasan la bolsa a través de la abertura de arriba y esparcen el calor que estaba encerrado, se funde la nieve, los ríos corren nuevamente y vuelven los tibios días de primavera.

Al despertarse del largo sueño de invierno, el habitante de los cielos, saca chispas con su eslabón para reavivar el fuego de su hogar. Es durante esta época del año cuando se oye el canto del cuclillo, el pájaro chamán, que llega para celebrar el retorno del calor y de la luz y despertar a la primavera. Con el primer trueno y el primer grito del cuclillo, los evenk festejan el regreso de la primavera. Durante ocho días, cantan, bailan y veneran a Dylachankur, que derrama su calor sobre la tierra.
Hace mucho tiempo, Dylachankur tenía una esposa, Bega, la luna. Vivían juntos y sus hijos eran los rayos del sol. Un día que viajaban a través del cielo, Bega olvidó el ollon, el gancho del que colgaba su caldero. Aunque el utensilio era muy importante, Dylanchakur le aconsejó: «No vuelvas sobre tus pasos porque nunca podrás darme alcance.» «Sí» replicó la luna y regresó en busca de su ollon. Lamentablemente, nunca pudo reunirse con Dylachankur y sus hijos y desde entonces corre detrás de ellos. Cuando sale el sol, la luna no se ve, pues ha regresado a buscar su ollon, y en el preciso instante en que el sol se pone, se la ve reaparecer, tratando inútilmente de dar alcance a su esposo.

 

En el Correo de la UNESCO de mayo 1990, En los orígenes del mundo: de los primeros mitos a la ciencia actual

(versión de Rodolfo Alonso)

El mundo comenzaba en los senos de Jandira.

Después surgieron otras partes de la creación:
Surgieron los cabellos para cubrir el cuerpo,
(A veces el brazo izquierdo desaparecía en el caos).
Y surgieron los ojos para vigilar el resto del cuerpo.
Y surgieron sirenas de la garganta de Jandira:
El aire entero quedó rodeado de sonidos
Más palpables que los pájaros.
Y las antenas de las manos de Jandira
Captaban objetos animados, inanimados,
Dominaban la rosa, el pez, la máquina.
Y los muertos despertaban en los caminos visibles del aire.
Cuando Jandira peinaba su cabellera…

Después el mundo se develó completamente,
Se fue levantando, armando de carteles luminosos.
Y Jandira apareció entera,
De la cabeza a los pies.
Todas las partes del mecanismo tenían importancia.
Y la muchacha apareció con el cortejo de su padre,
De su madre, de sus hermanos.
Ellos obedecían las señales de Jandira
Que crecía a la vida en gracia, belleza, violencia.
Los novios pasaban, olían los senos de Jandira
Y eran precipitados en las delicias del infierno.
Ellos jugaban por causa de Jandira,
Dejaban novias, esposas, madres, hermanas
Por causa de Jandira.
Y Jandira no había pedido nada.
Y se vieron retratados en el diario
Y aparecieron cadáveres flotando por causa de Jandira.
Ciertos novios vivían y morían
Por causa de un detalle de Jandira.
Uno de ellos se suicidó por causa de la boca de Jandira.
Otro, por causa de un lunar en la mejilla
izquierda de Jandira.

Y sus cabellos crecían furiosamente con la fuerza
de las máquinas;
No caía ni una hebra,
Ni ella las recortaba.
Y su boca era un disco rojo
Como un sol mínimo.
Alrededor del aroma de Jandira
Su familia andaba atolondrada.
Las visitas tropezaban en las conversaciones
Por causa de Jandira.
Y un sacerdote en misa
Olvidó hacerse la señal de la cruz por causa de Jandira.

Y Jandira se casó.
Y su cuerpo inauguró una vida nueva,
Aparecieron ritmos que estaban de reserva,
Combinaciones de movimiento entre las caderas
y los senos.
A la sombra de su cuerpo nacieron cuatro niñas
que repiten
Las formas y las mañas de Jandira desde el
principio del tiempo.

Y el marido de Jandira
Murió en la epidemia de gripe española.
Y Jandira cubrió la sepultura con sus cabellos.
Desde el tercer día el marido
Hizo un gran esfuerzo para resucitar:
No se conforma, en el cuarto oscuro donde está,
Con que Jandira viva sola,
Que los senos, la cabellera de ella trastornen la ciudad
Mientras él se queda allí paveando.

Y las hijas de Jandira
Todavía parecen más viejas que ella.
Y Jandira no muere,
Espera que los clarines del juicio final
Vengan a llamar su cuerpo,
Pero no vienen.
Y aunque viniesen, el cuerpo de Jandira
Resucitará todavía más bello, más ágil
y transparente.

 

Murilo Mendes

(La virgen imprudente y otros poemas, Calicanto, 1978)

Los lakota y los demás pueblos de las praderas de Norteamérica, agrupan cuanto existe en el mundo en grupos de cuatro.

Según ellos cuatro son las direcciones: el Poniente, el Norte, el Sur y el Oriente.El tiempo también se divide en cuatro: el día, la noche, las lunas y el año. Todas las plantas que brotan de la tierra tienen cuatro partes: las raíces, los tallos, las hojas y los frutos.

Cuatro son las especies de seres que respiran: los que se arrastran, los que vuelan, los que caminan en cuatro patas y los que caminan en dos.

Hay cuatro cosas sobre nuestra tierra: el Sol, la Luna, el cielo y las estrellas. Cuatro son las deidades: los Grandes, los Ayudantes de los Grandes, los que están por debajo de ellos y los Espíritus.

La vida del hombre también se divide en cuatro etapas: la primera infancia, la niñez, el estado adulto y la vejez. Por último los hombres tienen cuatro dedos en sus cuatro manos y pies. Los dedos pulgares y dedos gordos de los pies están frente a ellos para ayudarlos a trabajar y también son cuatro.

El Gran Espíritu hizo todo en grupos de cuatro y los hombres deben obedecer esta norma y agrupar las cosas y tiempos así.

Además, las cuatro partes del mundo tienen forma de un círculo, pues el Gran Espíritu también quiso que todo fuera circular.

Éstas son las palabras de un chamán de los oglala, que son parientes de los lakota:

«El Gran Espíritu hizo que todo fuera circular, excepto las piedras. Por eso las piedras destruyen. El Sol y el cielo, la Luna y la Tierra son redondos como escudo, el cielo además es hondo como un cuenco. Cuanto respira es redondo, como el cuerpo de los hombres. Cuanto crece de la tierra es redondo como los tallos. Si así lo hizo el Gran Espíritu, los hombres deben considerar al círculo sagrado, pues es el signo de la naturaleza. Es el signo de los cuatro confines del mundo y los vientos que entre ellos vuelan. También es el signo del año. El día y la noche, la Luna, dan vueltas en el cielo. El círculo es el signo de los tiempos.»

Por eso los oglala y los demás hacen redondos sus tipis. También sus campamentos son circulares y se sientan en ruedas durante las ceremonias.

El círculo es el refugio y la casa. Los adornos en forma de círculo representan el mundo y el tiempo.

Cuando los hombres se sientan en un círculo alrededor de una fogata para fumar la pipa sagrada, la pasan de uno a otro y dicen:

«En círculo te paso esta pipa, a ti que con el Padre vives; en círculo hacia el día que comienza; en círculo hacia el hermoso; en círculo completo por los cuatro lugares del tiempo. Paso la pipa al padre, con el cielo. Fumo el Gran Espíritu. Séanos dado tener un día azul.»

Hijos de la Primavera: vida y palabras de los indios de América

Nuestro el último, nuestro padre el primero hace que su propio cuerpo surja de la noche originaria. La divina planta de los pies, la pequeña sede redonda: en el corazón de la noche originaria, él las despliega desplegándose a si mismo. Divino espejo del saber de las cosas, unión divina de toda cosa, divinas las palmas de las manos, palmas divinas con ramas floridas: él las despliega al desplegarse a sí mismo, Ñamandu, en el corazón de la noche originaria. En lo alto de la cabeza divina las flores, las plumas que la coronan son gotas de rocío. Entre las flores, entre las plumas de la corona divina, el pájaro originario, Maino, el colibrí, vuela, revolotea. Nuestro padre primero, él despliega su cuerpo divino en su propio despliegue en el corazón del viento originario, la futura morada terrestre, él no la conoce aún por sí mismo, la futura estancia celeste, la tierra futura, a aquellos que fueron desde el origen, él no los conoce todavía por sí mismo: Maino hace entonces que su boca sea fresca, Maino, nutricio divino de Ñamandu. Nuestro primer padre Ñamandu todavía no ha hecho que se despliegue, en su propio desplegamiento, su futura morada celeste: entonces no ve la noche mientras tanto el sol no existe. Pues es en su corazón luminoso que él se despliega, en su propio desplegamiento; del divino saber de las cosas. Ñamandu hace un sol. Ñamandu verdadero padre primero mora en el corazón del viento originario; y allí él reposa, Urujure`a la lechuza hace que existan las tinieblas ella hace que entonces se presente el espacio tenebroso. Ñamandu verdadero padre primero todavía no ha hecho que se despliegue en su propio desplegamiento, en su propio desplegamiento, su futura morada celeste; todavía no ha hecho que se despliegue, en su propio desplegamiento, la primera tierra: él mora en el corazón del viento originario. El viento originario en el corazón del cual mora nuestro padre, de nuevo se deja alcanzan cada vez que retorna el tiempo originario, cada vez que retorna el tiempo originario. Cumplido el tiempo originario, cuando el árbol tajy florece entonces el viento se convierte al tiempo nuevo, ya están los vientos nuevos, el tiempo nuevo, el tiempo nuevo de las cosas inmortales. Del libro de Pierre Clastres. «La Palabra Luminosa» -Mitos y cantos sagrados de los guaraníes- Ediciones del Sol. 1993. Buenos Aires. Argentina.

Al comienzo había un océano de leche del que surgía el monte Mandara, el Eje del mundo. Este monte descansa sobre una concha
de tortuga, encarnación del dios Vishnu. En torno al monte, que se disputan los dioses y los demonios, está enrollada una gran serpiente. Cada una de las partes tira de un extremo de la serpiente, lo que hace que la montaña dé vuelta sobre sí misma. El Eje gira, se bate la leche y de este modo surgen bendiciones de todo tipo: el néctar de inmortalidad, la belleza, la felicidad, la embriaguez mística, la dulzura.

 

En el Correo de la UNESCO de mayo 1990, En los orígenes del mundo: de los primeros mitos a la ciencia actual

El alma de un durmiente se supone que, de hecho, se aleja errante de su cuerpo y visita los lugares, ve las personas y verifica los actos que él está soñando. Por ejemplo, cuando un indio del Brasil o Guayanas sale de un sueño profundo, está convencido firmemente de que su alma ha estado en realidad cazando, pescando, talando árboles o cualquiera otra cosa que ha soñado, mientras todo ese tiempo su cuerpo estuvo tendido e inmóvil en su hamaca. Un poblado bororo entero se sintió presa del pánico y estuvo a punto de ser abandonado porque alguien soñó haber visto a los enemigos aproximarse sigilosamente. Un indio macusi de quebrantada salud que soñó que su patrón le había hecho subir la canoa por una serie de torrenteras dificultosas, a la mañana siguiente fe reprochó amargamente su falta de consideración a un pobre inválido al hacerle esforzarse durante la noche. Los indios del Gran Chaco cuentan relatos increíbles como cosas que ellos han visto y oído; por eso los forasteros que no les conocen íntimamente, en su ligereza, tachan a estos indios de embusteros. En realidad, los indios están firmemente convencidos de la verdad de sus relatos, pues esas maravillosas aventuras son sencillamente lo que sueñan y no saben distinguirlo de lo que en realidad les sucede estando despiertos. La ausencia del alma en el sueño tiene sus peligros, pues si por alguna causa queda detenida permanentemente fuera del cuerpo, la persona privada así del principio vital, morirá. Hay la creencia germánica de que el alma escapa de la boca de un durmiente en forma de ratón blanco o de pajarito y que el impedir la vuelta del ave o del animalito sería fatal para él. Por eso, en Transilvania dicen que no se debe dejar dormir a un niño con la boca abierta, pues su alma se deslizará fuera en figura de ratón y el niño no se levantará más. Son muchas las causas que pueden detener el alma de Los dormidos; así, por ejemplo, su alma puede encontrarse con la de otro dormido y pelear las dos almas. Si un negro guineo se despierta por la mañana con los huesos doloridos, piensa que su alma ha recibido una paliza de otra alma mientras dormía. También puede encontrarse con el alma de uno que acaba de morir y arrebatarla; por eso en las islas Arú los habitantes de una casa no duermen allí la noche después de la muerte de alguno de ellos, porque el alma del difunto se supone todavía en la casa y temen encontrarla en el sueño. También el alma del durmiente puede verse imposibilitada de tornar a su cuerpo por un accidente o fuerza física. Cuando un dayako sueña que ha caído al agua supone que este accidente ha ocurrido en realidad y manda buscar al hechicero para que pesque al espíritu con una red de mano en una jofaina, y después de conseguirlo, lo devuelve a su propietario. Los santals cuentan de un hombre que se quedó dormido y teniendo cada vez más sed, su alma en forma de lagarto dejó el cuerpo y entró en una jarra de agua para beber. En aquel momento aconteció que el dueño de la jarra la tapó y como el alma no pudo volver al cuerpo, el hombre murió. Mientras sus amigos estaban preparándose para enterrar el cadáver, alguien destapó la jarra para coger agua, el lagarto escapó y retornó al cadáver, que inmediatamente revivió. Él dijo que había caído en un pozo por coger agua, que había encontrado dificultades para salir y que acababa de volver; así lo comprendieron todos. Es una regla general entre las gentes primitivas no despertar a un dormido, porque su alma está ausente y pudiera no tener tiempo de regresar; si lo hace, el hombre despierta sin alma y caerá enfermo. Si es absolutamente necesario despertar a alguien que duerme, deberá hacerse gradualmente para dar tiempo a que el alma retorne. En Matuku, a un vitiano, súbitamente despertado de su siestecilla por alguien que le pisó un pie, se le oyó implorar a su alma para que volviera. Estaba soñando en aquel instante hallarse muy lejos de allí, en Tonga, y fue grande su alarma cuando al despertar encontró su cuerpo en Matuku. La ansiedad de la muerte se retrataba en su rostro por si no lograba inducir a su alma para que cruzara velozmente el mar y regresase a su desamparado alojamiento. El hombre hubiera muerto de terror, quizá, si un misionero no hubiera estado por allí cerca para confortarlo. Todavía más peligroso, en opinión del hombre primitivo, es cambiar de sitio a un durmiente o alterar su apariencia, pues, si se hace así, cuando regresara podría el alma no encontrar o reconocer su cuerpo, y la persona moriría. Los mínangkabauers juzgan muy inconveniente tiznar o ensuciar la cara del que duerme, pues temen que su alma renuncie a reingresar en un cuerpo así desfigurado. Los malayos patani creen que si pintan la cara a una persona mientras duerme, el alma que ha salido de ella no la reconocerá y seguirá durmiendo hasta que sea lavada la cara. En Bombay se piensa que equivale a un homicidio cambiar el aspecto de un durmiente, como pintarle la cara con diversos colores o poner bigotes a una mujer dormida, pues cuando el alma retorna no reconocería su cuerpo y su propietario moriría.

 

James George Frazer, en La rama dorada

Entre los lapones, cuando una mujer estaba embarazada y cercana a su alumbramiento, solía suceder que se le apareciera en sueños antepasado o pariente que le informaba de que iba a nacer otra vez en su hijo aquella persona muerta, y por esa razón el niño llevaría su nombre. Si la mujer no tenía ese sueño, correspondía al padre o parientes determinar el nombre por adivinación o consultando a un brujo. Entre los kondos, el nacimiento se celebra siete días después de acontecido con un banquete que se ofrece al sacerdote y a los demás vecinos de la aldea. Para determinar el nombre del recién nacido, el sacerdote tira unos granos de arroz en una vasija de agua y nombra a un antepasado por cada grano que cae. Por los movimientos de las semillas en el agua y por las observaciones hechas en la persona del niño, el sacerdote determina cuál de sus progenitores ha reaparecido en él, y la criatura, por lo menos entre las tribus del norte, recibe el nombre de aquel antepasado. Entre los yorubas, poco después de haber nacido un niño, un sacerdote de Ifa, el dios de la adivinación, aparece en escena para indagar qué alma ancestral ha renacido en el infante. En cuanto esto se ha decidido, los padres del niño quedan advertidos de que su hijo tendrá que adaptarse en todos sus respectos a la manera de vivir del antepasado que ahora le anima, varón o hembra, dando el sacerdote la información necesaria, si los padres ignoran los datos, como suele ocurrir. El niño recibe por lo general el nombre del progenitor que ha reencarnado en él.

 

James George Frazer, en La rama dorada

En el principio, la Palabra dio origen al Padre.

Un fantasma, nada más existía en el principio; el Padre tocó una ilusión, asió algo misterioso. Nada existía. Por medio de un sueño nuestro Padre Nai-mu-ena (el que es o tiene un sueño) guardó el espejismo de su cuerpo, reflexionó durante largo tiempo y meditó profundamente.

Nada existía, ni siquiera una estaca para sujetar la visión: nuestro Padre amarró la ilusión al hilo de un sueño y la mantuvo con ayuda de su aliento. Se sumergió hasta llegar al fondo de la apariencia, pero no había nada. Nada existía.

El Padre investigó de nuevo el fondo del misterio. Ató la ilusión vacía al hilo del sueño y derramó la sustancia mágica sobre ella. Después, con la ayuda de su sueño, la sostuvo como si fuera un copo de algodón.

Luego agarró el fondo del espejismo y lo pisó repetidas veces, y finalmente se sentó sobre su tierra soñada.

 

Mito huitoto del origen del mundo (Colombia)

En Los sueños, David Coxhead y Susan Hiller, editorial Debate.