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Frutas

Gloria de las ciruelas, fémur de la gloria.

Gloria de los helechos

sobre un plato renegrido.

Gloria de los sauces, gloria de los escarabajos

Gloria de la larguísima obediencia

del martín pescador.

Gloria de los pájaros acuáticos, Gloria

de la sed.

Gloria del latín

de los muertos y su gramática

de la descomposición.

Gloria de los ojos de mi padre

que, al morir, cerró

adentro de la tumba,

y abrió de nuevo con más brillo aún

en mi interior.

Gloria de los potrillos renegridos

que galopan furiosos

dentro de sus

potrillos renegridos.

Gbenga Adesina

Salimos a comprar frutas, un viento sur
empujaba los restos del verano.
Nosotros, mucho más abajo que las nubes,
no teníamos otro pensamiento que las frutas,
el cielo era simple y cadencioso, tu perfil
una enorme fruta madura.
Mirabas manzanas, duraznos, uvas,
el otoño y su promesa estaba entre nosotros.
Vos eras mi árbol predilecto.
¿Qué otra cosa podía hacernos falta?
Por nada del mundo cambiaríamos
la suerte de aquel atardecer.
Fuimos felices.

Roberto Malatesta, en La estrella roja

Pasa la vendedora de frutas.

Pasa y nombra delicias.
Al nombrarlas, me las anticipa.

Canto esa mano que las ofrece, 
y canto ese pequeño sol de mimbre 
donde ella trae frutas de la estación.

Naranjas, mandarinas, 
un racimo de uvas, 
una yunta de pinas, 
todo un año de frutas, 
la dulzura de un día.

Guarda el dinero de la venta
en un pañuelo y sigue,
cruza esta plaza del adiós
como quien cruza todas las plazas que recuerdo
y dice todos los adioses que no olvido.


Quisiera verla, de repente, 
sin saber si viene o se va. 
Quisiera creer que se queda 
por ser parte de este lugar.

Ya la veo en la calle.
Hay sombras que barren la acera.
Después, se barren a sí mismas.

Hay niños que juegan a ser viejos
y, sin embargo,
no hay juego más antiguo que ser niño.

Ella se aleja, sigue andando.

Yo veo en un instante
el haz radiante de los años.

Veo zapatos de mujer
en una marcha lenta, larga, larguísima.
Nunca termina de pasar el ayer.


Pasan los años perros callejeros 
Pasan los años borrachitos olvidados.

Un tiempo ya en muletas, ya vestido 
de veterano en uniforme militar, 
desfila, por supuesto, con tristeza.

Y nadie sabe cuántos años tiene 
un espectro de poncho y de cigarro.

Busco en este folclor de muertos
a la vendedora de frutas.
Tengo suerte, pues no la encuentro.

Pienso en el río que combate a la piedra
hasta dejarla sin aristas, indefensa,
sin puntas y sin filos, derrotada.
Cantemos hoy a quien resiste
y no le demos tanto valor a una metáfora.
Yo, por mi parte, canto a la vendedora de frutas.

Jacobo Rauskin, tomado de La biblioteca de Marcelo Leites

De repente te detuviste y
compraste tres duraznos
en una verdulería de un barrio cualquiera
tocaste las frutas, el color era hermoso
tenía zonas amarillas y el degradé llegaba al rojo oscuro
muy suaves en su punto
cuando las probaste se te transformó la cara
y disfrutaste de esa carne fresca
los vendedores eran dos
una mujer y un hombre
estaban inclinados sobre un recipiente
pelaban zanahorias y se miraban con deseo
interrumpiste la escena para comprar los frutos
y ellos lentamente reaccionaron
cuando les pediste que los laven
no podías esperar a llegar a casa
te gustó pensar que todas las frutas de esa verdulería
eran así de dulces y sabrosas
porque estaban contagiadas de la piel suave,
de la carne que no quiere descansar.

Olvidaste un durazno en mi casa
por alguna razón éramos dos
pero vos compraste tres.

María Paz Levinson, tomado de La biblioteca de Marcelo Leites

Si se toma una naranja
en buen estado
y se la deja
en Buenos Aires
bajo techo
el primer día del verano
a la temperatura ambiente:

—lunes seis de enero

la naranja se endurece
se vuelve más opaca
de superficie rugosa.
En una parte la piel
si se presiona
cede algo.

—lunes veinte de enero

La zona que era dura
está más dura;
la blanda reblandecida.
Se advierte un olor distinto.

—lunes tres de febrero

El foco de blandura
se cubre de verdín
y al costado
en un punto
la piel se debilita;
una franja circular
firme aún
muestra su antiguo color.

—lunes diecisiete de febrero

Aparece otro foco
en el medio
y un tercero
mayor
en la parte
que apoya en el mármol.
Grietas
pequeñas se insinúan
como si la naranja
cayendo
hubiera golpeado
en un borde
repetidas veces.
La forma ya no es oval.

-lunes veinticuatro de febrero

Figuras que cambian
en verde y en blanco
por todo el contorno.
La piel se repliega
se torna más suave.
Oliendo de cerca
los ojos cerrados
parece perfume.

-lunes dos de marzo

La naranja
se sigue aplastando
adquiere contornos cuadrados

-lunes 9 de marzo

El blanco y el verde armonizan
en el fondo marrón;
lo quiebran
las grietas profundas.

-lunes dieciseis de marzo

Si se deja caer la naranja
de lo alto
sobre el piso
suena a hueco
rebota parcialmente.
Liviana, reseca.
El olfato
percibe los restos
del olor que tuvo
la esencia misma
lejana
ahondando.

Darío Canton

A Jorge Arbeleche

De repente
hay duraznos
en la frutería al lado de la parada del colectivo en el Bulevar Artigas

Brillan
a pesar del humo de los colectivos
de los tipos que fuman esperando el 121

Cada durazno
es la teta redonda y delicada de una virgen
que aún no machucó una mano áspera

Podrías pensar
que los hombres tirarían los cigarrillos
se quedarían mirándolos, pero no

sólo las mujeres
advierten su presencia, chasquean la lengua
contando sus pesos

Primero una
después otra se acercan. Sin comprar todavía
se quedan con los ojos cerrados

aspirando
el dulce olor del verano
que les acaricia las tetas

Jesse Lee Kercheval, traducción de Zaidenwerg

Hoy me niego a pensar.
Yo siempre filosofo. Siempre
rumio. Basta de todo eso
Hoy quiero ser un nabo
hortaliza inconsciente
sin valor
una ardilla que salta desde un árbol
a otro por placer o por temor
al gato. Nada de detenerme
en pleno vuelo para reflexionar
Hoy no hay recuerdos tristes
Que los muertos sigan muertos
¡Escúchenme, fantasmas! Y miren
cómo muerdo esta manzana
Mundo rojo y maduro
con vos tengo bastante

 (JESSE LEE KERCHEVAL)

Por un lado te veo como un pecho marchito
Por el otro como un vientre de cuyo ombligo cuelga todavía el cordón placentario

Sos roja como el amor divino

Dentro de vos en mínimas semillas
palpita la vida prodigiosa
infinitamente

Y te quedás ahí tan sencilla
al lado de cuchillo y tenedor
en una habitación de hotel barato.

Manuel Bandeira (traducción de Zaidenwerg)

Maçã

Por um lado te vejo como um seio murcho
Pelo outro como um ventre de cujo umbigo pende o cordão
   [placentário

És vermelha como o amor divino

Dentro de ti em pequenas pevides
Palpita a vida prodigiosa
Infinitamente

E quedas tão simples
Ao lado de um talher
Num quarto pobre de hotel.