Ahora
Decir lo que se ve, lo que se ha visto.
Yo vi una jirafa de papel maché, enorme, en una calle de Marsella. Una mañana. Y vi una y otra vez los libros que había en la rodilla de la jirafa y elegí uno y lo llevé hasta el cuarto de un hotel marroquí.
Vi una lluvia torrencial en una plaza de Lyon y acepté el paraguas que me ofrecieron en la mesa de un café.
Vi a Saint Michel enorme e iluminado en la esquina del boulevard y caminé dando vueltas hasta perderme.
Vi un ciervo detenido mirándome en el bosque de Mont Noir y vi el loquero de Bailleul y vi las paredes, los niños, el café deshabitado de Saint-Jans-Cappel y el cementerio donde está Nadja. Y escuché las charlas sobre India y la desoladora violencia y escribí cartas en papel de avión desde un cuarto que daba al bosque, cartas que se retrasaban por la furia de un volcán.
Vi todas esas escaleras en Lisboa. Los cigarrillos encendidos al paso por alguien que no conocía. Henrique y su caminata de noche, la luz increíble de esas calles blancas, un salón de té con Manuel y Rosario.
Vi el techo de una sala de emergencias de un aeropuerto en un país extranjero. Y vi mi cara irreconocible, otra cara donde debía estar la mía, un espejo de otra ciudad extranjera, otro país, el terro estrepitoso de perder el rostro. Marcel Schwob. Los “sin cara”. El humo saliendo de las bocas.
Yo vi cosas que no terminaba de entender. Luces.
Vi trenes de carga tapados de piedras. Y me subí a muchos vagones. Vagones detenidos o en movimiento. Los perseguía corriendo al lado de las vías.
Yo vi haces de luz donde flotaban pequeñas partículas en tantos lugares donde estuve encerrada.
Y oí conversaciones que no me estaban destinadas e hice lo que pude para entender o para no entender, según fuera el caso.
Yo miré desde ventanas de casas, departamentos, hoteles, pensiones, aviones, colectivos, trenes, hospitales, aeropuertos, edificios. Yo iré hacia afuera buscando algo que hubiera quedado ahí. Como si hubiera cierta serenidad en pensar que hay un adentro y un afuera. Mirar la calle desde la ventana de un refugio celebrando no estar a la intemperie.
Eugenia Almeida, en Inundación