Yo tenía ganas de hacer como los dos hombres que
vi sentados en la tierra cepillando hueso. Al principio creí
que aquellos hombres no estaban bien. Porque se la pasaban
sentados en el suelo todo el día cepillando hueso. Después
aprendí que aquellos hombres eran arqueólogos. Y que
hacían el servicio de cepillar hueso por amor. Y que
querían encontrar en los huesos vestigios de antiguas
civilizaciones que estarían enterradas por siglos
en aquel suelo. Entonces pensé en cepillar palabras. Porque
había leído en algún lugar que las palabras eran
caparazones de clamores antiguos. Yo quería ir detrás de los
clamores antiguos que estaban guardados dentro de las
palabras. Yo sabía también que las palabras poseen
en su cuerpo muchas oralidades remontadas y muchas
significancias remontadas. Quería pues cepillar las
palabras para escuchar la primera mueca de cada una,
Para escuchar los primeros sonidos, aunque todavía
bígrafos. Empecé a hacer eso sentado en mi
escritorio. Pasaba horas enteras, días enteros
dentro de mi cuarto, encerrado, cepillando palabras.
Entonces mis amigos preguntaron, ¿qué hacía todo el día
encerrado en aquel cuarto? Les respondí, medio
entresoñado, que estaba cepillando palabras.
Les pareció que yo no estaba bien. Entonces tiré
el cepillo afuera.
Manoel de Barros, Memorias inventadas