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Linyeras

Entre S.T. y allegados

Ahora ya paré con el afán
de querer tener casa propia
y sin poder.
Y tener que pagar alquiler
o vivier en la calle que es
el gran hotel.
La suite vos elejís
con estrellas o sin ellas.
Por colchón el cartón.
Funcional y descartable.

La función del «Mondo Cane»
es interrumpida.
Noche y día
día y noche.
«Y miles de ventanas amarillas
como vidrieras que no venden nada»
(Donde una sabe bien que hay cama.)

De día está el sol.
Y sigue la función.
Pasan días templados
frío y calor vienttos lluvias
y la vida en una rueda
como rueda una
como rueda la luna
por Callao por Corrientes
por las plazas y los parques
forman parte de las fiestas
los alcoholes los olores
los colores y los sones
«Y es la vida que me alcanza»
expresiva viva libre
se entrelazan personajes.
«Que se ama
n se pelean
y se vuelven a amar.»
¡El sistema no me atrapa
vivo gratis y con yapa!
Sin embargo no lo creas
que las leyes naturales
los abusos y la ley de selva
que rige en las calles
a las tantas y a los muchos
se han llevado.

Escribí mis poesías
escribí mis canciones
le gané al morir en las gambetas.
Y al sida en las piruetas.
Y del hoy en día que la vida me da
quiero Más.

 

María Camps, en Ciudad de locos poemas, Ediciones Colegio de la Ciudad, Buenos Aires, 2004

María Camps nace en Henderso, Pcia. de Buenos Aires el 26 de junio de 1947, en la casa materna, en la cama de sus padres. Crece en una quinta-chacra donde se recrea y trabaja en la huerta, ordeña, monta… A los 10 años, y por el asma, es internada en la Capital Federal en Colegio de Monjas, donde concluye la primaria. Desde los 14 años y en adelante realiza diferentes tareas y vive en ciudades capitales, provincias, aquí, en Latinoamérica y Europa, hasta los 38 años en que comienza a vivir en la calle, donde se vuelca de lleno a escribir y leer. Desde los 44 es asidua integrante de la población de manicomios en capital y provincia, fugando de cada internación. Al fin, el conocimiento de la propia locura y el control; la rehabilitación y los nuevos proyectos.

El amor
Ese incoloro lor arrullador
El inoloro entronizado
de oro dorado
Pero no indoloro.

El Alzado Ensalzado
Enarbolado amor.

Preso Fugitivo
Esquivo Mendigo

El mundano amo de corazones.

Poseso Apasionado
Ramillete de besos.

¡Oh el amor!

Ese coso socotrocoso.

Que Enlaza Acollara.

Esposa Ata Mata.

¡Qué lata latosa tal cosa!

Sorprende Enciende.
Promete Compromete.
Se antoja Se aloja hondo.
El viejo sabihondo.

Ladrón Enmascarado Burlador
Misógino seductor.

¡Oh el amor!

Ese comodín
As de espada
Llamada animal
Llamrada Mal.

Naciente Creciente
Ausente Mueriente.

¡Hay el amor!

Silencioso y silenciador.

Con su violeta odio.

Su violáce celo
Y su violín desamor.

¡Qué amor el amor!

Actor privilegiado
En toda función
Verboso el grandioso
Oso Dios.

El elegido como el salvador
El amoral
¡Qué tal!

 

María Camps, en Ciudad de locos poemas, Ediciones Colegio de la Ciudad, Buenos Aires, 2004

María Camps nace en Henderso, Pcia. de Buenos Aires el 26 de junio de 1947, en la casa materna, en la cama de sus padres. Crece en una quinta-chacra donde se recrea y trabaja en la huerta, ordeña, monta… A los 10 años, y por el asma, es internada en la Capital Federal en Colegio de Monjas, donde concluye la primaria. Desde los 14 años y en adelante realiza diferentes tareas y vive en ciudades capitales, provincias, aquí, en Latinoamérica y Europa, hasta los 38 años en que comienza a vivir en la calle, donde se vuelca de lleno a escribir y leer. Desde los 44 es asidua integrante de la población de manicomios en capital y provincia, fugando de cada internación. Al fin, el conocimiento de la propia locura y el control; la rehabilitación y los nuevos proyectos.

Bebo solo, ningún amigo está cerca. Levanto mi copa, invito a la luna y a mi sombra, y ahora somos tres. Mas la luna nada sabe de bebidas y mi sombra se limita a imitarme, pero así y todo, luna y sombra serán mi compañía.
La primavera es época propicia para el goce. Canto y la luna prolonga su presencia, bailo y mi sombra se enreda. Mientras me mantengo sobrio, somos alegres juntos, cuando me embriago, cada uno marcha por su lado jurando encontrarnos en el Río de Plata de los cielos

Li Po

Él es uno de los fantasmas. Así llama la gente de Sainte Elie a los pocos viejos que siguen hundidos en el barro, moliendo piedras, escarbando arena, en esta mina abandonada que ni cemento ha tenido nunca, porque ni los muertos han querido quedarse.
Hace medio siglo, este minero, venido de muy lejos, llegó al puerto de Cayena, y se internó en busca de la tierra prometida. En aquellos tiempos, aquí había florecido el jardín de los frutos de oro, y el oro redimía a cualquier forastero muerto de hambre y lo devolvía a casa muy gordo de oro, si la suerte lo quería.
La suerte no quiso. Pero este minero sigue aquí, sin más ropa que un taparrabos, comiendo nada, comido por los mosquitos. Y en busca de nada revuelve la arena día tras día, sentado ante la batea, bajo un árbol más flaco que él, que apenas lo defiende de la ferocidad del sol.
Sabastiâo Salgado llega a esta mina perdida, visitada por nadie, y se sienta a su lado. Al cazador de oro le quedaba un solo diente, un diente de oro, que cuando él habla brilla en la noche de su boca:
-Mi mujer es muy linda– dice.
Y muestra una foto rotosa y borrosa.
-Me está esperando– dice.
Ella tiene veinte años.
Hace medio siglo que ella tiene veinte años, en algún lugar del mundo.

Eduardo Galeano, en Bocas del tiempo