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Piedras

Hans

a Susana Villalba

Vas a tomar de las palabras lo que pueda servirte para decir

de las formas impronunciables que adopta la tristeza.

¿Qué es lo que quisieras decir? Tal vez que por las noches

salías a ver cómo se formaba la tormenta,

y la electricidad del aire te capturaba como un halo

dentro del cual te convertías también en pura radiación,

en pura espera decidida, tensa. O que la primera

vez que te quedaste a solas con el aguacero pensaste

“no se cae la noche por ser tan hermosa”,

pero sin embargo temblaste, capturada

por esa forma insólita de la pasión que es el miedo.

Mirabas las ramas torcerse bajo el peso invisible

del viento, la violencia del agua arrancando las hojas,

el jardín expuesto en su desnudez. Un paisaje

hecho para el sol no resiste la visita de la noche.

¿Cómo diferenciar desastre de belleza?

Si es tan similar la devastación que ambos dejan detrás,

el desconsuelo que provocan al irse, si alguna vez han estado

cerca nuestro.

Eras, en la oscuridad de la tormenta, como una exploradora

que ha extraviado la brújula y espera, en la completa

soledad, una señal de los astros, una complicidad azarosa

e improbable que la lleve de regreso a casa.

No es verdad que las exploradoras no temen

ni que la infancia transcurre en una larga y luminosa mañana.

El miedo otorga un nombre como una moneda falsa

para comprar un espacio en el mundo, en el lenguaje.

Una palabra sola y el territorio de pura luz queda vedado,

minada la gratuidad de la única alegría real,

que es la del cuerpo.

Claudia Masín

Los alquimistas pensaban que era tarea de la humanidad redimir a la
naturaleza (…) Sentían también que no sólo debían
liberar la naturaleza bestial interior, sino también a los animales que se encontraban en la
realidad externa, y que esperaban su redención. Para los alquimistas, incluso los objetos
inanimados clamaban a la humanidad que los reconociera y salvara. En las Elegías de Duino,
Rilke expresó una idea similar:
«Estas cosas que viven partiendo, comprenden cuándo las alabamos: volando, buscan ser
rescatadas a través de algo que hay en nosotros, lo más fugaz de todo.
»Quieren que las cambiemos totalmente, dentro de nuestro corazón invisible en —
¡finalmente!— nosotros mismos, seamos quienes seamos.
«Tierra: ¿es esto lo que quieres, un renacimiento invisible en nosotros? ¿No es tu sueño
llegar a ser invisible algún día? ¡Tierra invisible! ¿Cuál es tu voluntad más imperiosa si no la
transformación?»

En Jung y el Tarot de Sallie Nichols. En el capítulo La Luna.

LA PIEDRA

sostener en silencio

como amar

es un arte

¿existiría el mar

si no lo contuviera?

me derrota

algo intangible

como el agua

su transparencia

¿si no me enfrentara

existiría el mar?

soñar sin perderse

es un arte

a veces una roca

se estremece contra la orilla

perdida

hasta lo irreductible

se amalgama

amar es eso

y te sorprende

un filón de topacio

en el porfirio

entonces qué creías

que es el oro

sino la cicatriz

es infinita

la ruptura

los bordes

son difusos

todo es fragmento

polvo del sentido

de las piedras

si mi amor es eterno

también la soledad

incorruptible

gravitando en el espacio

de la separación

sostenida de mí

no estoy quieta

todo me atrae por igual

el cielo es una pampa

el imán de la estrella

es su distancia

soy intrínseca

el arte de estar

quieta

es dar el corazón

al movimiento

silba el viento

un eco

de lo que ya anunciaba

mi desprendimiento

¿cantaría el agua

si no me atravesara?

agazapada en mí

espero

otro momento de la tierra:

una temperatura del amor

que funda hasta las piedras

En La bestia ser

Cuando mi perro murió hubo que cremarlo.
En una cajita me dieron
piedras pequeñas de grises distintos.
No parecían cenizas.
Las enterré en un cantero del patio común,
debajo de un cerco. Moví la tierra con las manos
como quien busca un lugar fresco y allí volqué los restos.
A la mañana siguiente, a la luz del día,
algunas piedras, que habían quedado en la superficie,
todavía brillaban.
Después vinieron horas lentas, un vacío extraño
y el dolor en mi pecho, la piedra más dura.

Raquel Sinelli, en http://lospoetasnovanalcielo.blogspot.com/2020/07/raquel-sinelli.html

En la montaña toda fuerza definida se convierte en ejemplo. A la vera del camino hay una piedra enorme, mostrando a los vientos la grandeza de su soledad. 

Quién sabe qué tempestades desataron los genios de la montaña para arrancar ese pedazo de cumbre y hacerlo rodar hasta el valle. Y esa piedra conserva en el llano la misma solemnidad de cuando era cumbre, de cuando ofrecía su atalaya de granito a los cóndores.

Piedra sola supo de cielos claros, de soles ardientes y de lunas vagabundas, de nieves implacables, de vientos libres, de alas potentes y de vertientes misteriosas. 

Piedra sola no cayó para ser olvidada. Tal vez comenzara ahí, en el valle, su verdadera misión, su verdadero destino, a la par de los cardones, protegiendo a los arrieros con su sombra. Para el viajero que pase y la mire con ojos de turista, Piedra sola es un peñasco enorme, parado junto al camino, y que no tiene ninguna significación.

No servirán los ojos para mirar hacia arriba y descubrir el hueco dejado en la cumbre desde donde rodara la noche del huracán. No alcanzarán los ojos a ver las cenizas junto a la piedra, donde tantos viajeros de la vida levantaron sus fuegos para protegerse del frío. No alcanzarán los ojos a penetrar la grandeza del peñasco, que en el valle no es una piedra más, sino la Piedra sola, que es fuerza, definición, ejemplo y símbolo.

Más que una derrota, su posición es un triunfo. Hay que creer en la Verdad de todas las cosas de la naturaleza. Las piedras cuando son de un solo bloque tienen un alma grande. En esa alma, la montaña guarda todo su secreto, toda su fuerza…

Piedra sola es el símbolo de una vida. Es la fuerza de un espíritu que se ha mantenido firme a través de todas las angustias.

Hay seres contra quienes la vida desata de pronto un vendaval de sombras y abismo, y los derrumba sin cauce ni ritmo, dejándolos ahí, junto a un camino cualquiera, como una Piedra sola… Pero no son cosa muerta en el paisaje. El dolor, cuando se lo sabe sufrir con dignidad, crea fuerzas que agigantan el espíritu y aclaran el horizonte. Hay seres que pueden mostrar su entereza y dar, en la cumbre o en el llano, el ejemplo de un valor puro, de una emoción pura.

Muchos destinos que parecen llamados darse a la vida en un gran continente, terminan realizándose de verdad en un terreno humilde y claro, en un espacio pequeño, pero lo suficientemente apto para que se cumpla la misión de vivir con el pensamiento y con el corazón. Es la Verdad que se va realizando en el silencio de una pena bien guardada. Es el símbolo de un espíritu que ha llegado a la serenidad por los caminos del dolor.

«Parada junto al camino

Piedra sola,

¿qué vientos te derribaron

de la cumbre?

¡Cómo vives tu destino!

Piedra sola,

grandeza que no ha

quebrado tu derrumbe…

Hondas penas me trajeron

Piedra sola,

largos caminos andando,

donde ti.

¡Qué bien cumples tu destino!

Piedra sola,

¡cómo quisiera tu fuerza para mí…!»

Ya escribió sus Tristias y se divierte

arrojando piedras y caracoles al mar.

Ovidio cumple cincuenta y nueve años

en su exilio de Tomis.

Está solo, enfermo y naturalmente abatido.

Las piedras son sus abuelas: él sabe escucharlas

y las reenvía de nuevo a casa.

Una de ellas revela una textura extraña

y habla en un idioma desconocido: late.

El poeta la lanza al cielo y desaparece

por la abertura de un rayo verde.

Me dirijo hacia las aguas

donde mi barca ya ha naufragado.

Es lo último que escribió

Christian Kupchik

tan envidiada de qué sombras la tierra ardía huesolita
la siesta ardía melodiosa tan como ibas tu sonrisa era
una piedra arrobadora y era otra piedra mi costilla
dulcequeamarga solasola cuajada de alta pedrería eran
tus voces tan palomas eran tus manos piedras finas
guitarra tan azuladiosa eras la piedra que acaricia piedra
te ibas quién te roba última brisa de la brisa o
flauta mía o leja y rota tan huesolita que te ibas tan
de la gracia mucha y poca si cuando vuelvas ves mis
días oh piedra llena llaga
hermosa!

 

Juan Carlos Bustriazo Ortíz

El baño

Hay una ducha al fondo
de la casa
y cada tardecita
después del calor, el río
los mates, las conversaciones
sudorosas en el porche
es la hora del baño
Atravieso los ligustros
dejo la toalla en una rama
el jabón
sobre un tronquito
hachado al ras; un mínimo
preparativo antes de hacer
correr
el agua
Fría al comienzo
después más tibia
llega la que el sol
abrasó en el tanque
de fibrocemento
el día entero
Al aire libre
la caña de ámbar
vuelve encantamiento,
el rito diario;
me lavo la cabeza
me bajo los breteles,
la malla y vigilo, casi
con inconsciente cuidado
que los sonidos sean
los habituales:
algún zorzal
que levanta vuelo
una gallineta que picotea
las últimas migas
en el pasto, esa quietud
atardeciendo
las casas vecinas
y la variedad inabarcable
de hojas y ramas en el monte
extasiadas rozándose
Me enjabono
la espalda, los hombros
arden y otra vez el agua
reciben plácidos,
más sensible
el borde sin solear
del cuerpo siempre enmallado;
los pelitos de la vulva emblanquecen
con la sedosa jabonada
y los pezones se agrandan
bajo las marcas
geométricas del escote
Abro por completo la ducha
y el caudal
cae a brochazos
casi helada me apura
fuera del letargo
de la respiración;
hasta que cierro y vuelvo
al calor de las telas
al sigilo en la toalla
mientras el agua
por la zanjita
perfumada corre
como un suspiro aliviado
como un instante amoroso
y su exigente vigilia
No sabe nadie
nadie presencia
mi tarde detrás
del arroyo;
piedrita que alguien regala
y al aceptarla toma
la forma de tu mano;
no tiene valor
no se cotiza
ni siquiera se pone
en una vitrina
de objetos exóticos;
se vive con poco
con nada
se hace un reino