Uno de los libros más entrañables de mi biblioteca había desaparecido. Llevaba semanas buscándolo. Apenas tenía un poco de tiempo revisaba mis estantes y siempre me quedaba la duda de si había buscado bien. Cada vez me llevaba una sorpresa: libros que había olvidado que tenía, otros cuya existencia ignoraba, otros más que hallaba fuera de lugar. Tal vez no encontrar el libro perdido era sólo una artimaña para seguir con esas pesquisas que se estaban volviendo un vicio. Así, para acabar con ellas, le hablé a uno de mis mejores amigos, que siempre encuentra todo, para que buscara el libro por mí. Cuando llegó a mi casa me pidió que me fuera. Si estás tú no puedo concentrarme, dijo. Fui al cine y cuando regresé él ya no estaba, pero había dejado el libro perdido sobre la mesita del teléfono. Lo llamé para darle las gracias y preguntarle dónde lo había encontrado. Contestó que en el segundo librero. Siendo ése su lugar de costumbre me pregunté cómo era posible que no lo hubiera visto. Mientras daba vueltas en la cama sin poder cerrar el ojo intuí la verdad, encendí la luz y volví a llamarlo. Contestó con voz de angustia y le pregunté en qué estante del segundo librero lo había encontrado. Medio dormido balbuceó que no se acordaba, pero yo insistí, lo acosé a preguntas, y acabó por confesar que unos meses atrás lo había sustraído de mi biblioteca sin avisarme. Si pido prestado un libro no lo puedo leer: tengo que llevármelo, explicó. Le pregunté si se había «llevado» otros y dijo que sí, una docena durante el último año y me los había devuelto todos sin que yo me diera cuenta. Le pregunté qué libros eran y me dijo que no se acordaba bien, porque hacía lo mismo con los libros de todos sus amigos. Me gusta llevármelos, pero los devuelvo sin falta, dijo con vergüenza. Sí, los devuelves a los estantes equivocados y seguramente también al dueño equivocado, dije yo, y colgué. Fui a mi estudio y me pregunté cuántos libros habría allí que no eran míos. Mis latidos habían aumentado de la emoción, puse agua para café e inicié la pesquisa.
Fabio Morabito, en El idioma materno