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Danza

La vieja hundió los dedos en el almidón de mandioca. Siempre le quedaba una sensación de caricia.

Estrelló después los dos huevos puestos por su gallina colorada. Agregó agua, sal y grasa. Y fue armando tortitas del largo de la mano de un niño. En el corazón les puso queso. Las horneó y las llamó por su nombre:
-Chipas. ¡Ligerito, con las chipas!
Llamó a la muchachita, también por su nombre:
-¡Blanca, ligerito Blanca!
Pero en realidad todos la conocían, así nomás, como la chipera.
La muchachita camina con un canasto sobre la cabeza. Es un sombrero de ala anchísima que la encierra en un círculo. Está cargado de chipas que el sol conserva calientes.
La muchachita anda con vaivén de hamaca. Sus pies se abren dentro de la alpargata y dejan una marca en la calle polvorienta.
Fue por el polvo y por las moscas que la muchachita tapó la montaña de chipas con una servilleta bordada
Allá va con un nido cargado en la cabeza.
Lleva un pie de madera, patas tijeras, para apoyar el canasto. Navega cimreando por la calle.
El viento levanta una punta de la servilleta blanca. La muchachita se para un minuto debajo de un árbol y dos langostas verdes se descuelgan sobre los panes.
Festejan su casamiento, saltan y se adormecen sobre una chipa.
Y el pajaro de oro que se desprende del sol ve aquel nido cargado y llama a la p´jara que está impaciente por poner, para que anide y deje allí su huevo.
Las chipas están calientes. El sol está caliente. El pájaro y la pájara se echan sobre el huevo.
La muchachita sigue su camino, canturreando, abanicándose con una hoja de zapallo.
Los alguaciles, con sus caras de helicópteros, ven de lejos la servilleta blanca. Nunca habían visto una nube por el lado de arriba. La nube se mueve, como si cubriera pájaros. Hay olor a comida en la nube. Van a ver qué es.
Un Pombero sombrerudo del tamaño de un gorrión, que fuma un gran cigarro, siente el olor de las chipas. Salta y se zambulle en el canasto que cada vez pesa más.
La muchachita acomoda el cuerpo como una caña. Se seca el sudor con un pañuelo.
Pero ya va llegando a la esquina de la plaza.
La hoja de zapllo y el pañuelo están marchitos.
La muchacha apoya el pie de madera que sostendrá el canasto y, sin desarmar el eje se su cuerpo, descarga.
Estas siestas de sol se le meten en los ojos, le calientan la cabeza.
Levanta la servilleta blanca y no sabe si los pájaros de oro que salen volando son dos o son tres, y también saltan langostas duras como la fruta del aromito. Y una bandada de alguaciles y un Pombero del tamaño de un gorrión que le echa humo a la cara.
Salen disparados, explotan como cohetes en Año Nuevo, revolotean y después se esconden, pero quedan rondando.
La muchachita siente que le chistan, le silban, susurran, la llaman. También la tocan.
-¡Chipas calientes! -grita, porque ve unos turistas que pueden comprarle. -¡Chipas calientes!
Un hombre y una mujer se acercan con sus anteojos negros y su cámara de fotos.
El pájaro de oro pasa en vuelo rasante y roba un pelo a la muchachita. Las langostas, otra vez entre las chipas, hacen un escándolo frotándose las alas con las patas. Los alguaciles la rodean, la marean en silencio.
El Pombero asoma y silba, asoma, silba y le levanta la falda, la pellizca.
La muchachita los espanta con un gesto de risa, vigila de reojo, le tira patadas. Y de pronto gira y revolea al aire la servilleta blanca, levanta remolinos para que las chipas no se le llenen de gente de la siesta y le arruinen la venta.
-¡Qué gracia tiene! -dicen los turistas.
Y sacan la foto de una muchachita con la falda al aire, bailando el sol, bailando la siesta, bailando vaya a saber qué cosas.

En El enigma del barquero, Laura Devetach.

 

 

¡Máscaras! ¡Oh máscaras!
Máscara negra, máscara roja,
máscaras blanquinegras.
Máscaras de todo horizonte
de donde sopla el Espíritu,
os saludo en silencio.
Y no a ti el último Antepasado
de cabeza de León.
Guardáis este lugar prohibido
a toda sonrisa de mujer,
a toda sonrisa que se marchita.
Destiláis ese aire de eternidad
en el que respiro el aliento de mis Padres.
Máscaras de rostros sin máscara,
despojados de todo hoyuelo y de toda arruga,
que habéis compuesto este retrato,
este rostro mío inclinado sobre el altar de blanco papel.
A vuestra imagen, ¡escuchadme!
Ya se muere el África de los imperios,
es la agonía de una princesa deplorable.
Y también Europa
a la que nos une el cordón umbilical.
Fijad vuestros ojos inmutables
en vuestros hijos dominados que dan su vida como el pobre su última ropa.
Que respondamos con nuestra presencia
al renacer del mundo,
como es necesaria la levadura a la harina blanca.
¿Pues quién enseñaría el ritmo de las máquinas
y de los cañones al mundo desaparecido?
¿Quién daría el grito de alegría para despertar
a muertos y a huérfanos al amanecer?
Decid, ¿quién devolvería el recuerdo de la vida
al hombre de esperanzas rotas?
Nos llaman los hombres del algodón,
del café, del aceite,
nos llaman los hombres de la muerte.
Somos los hombres de la danza,
cuyos pies recobran fuerza
al golpear el duro suelo.

 
Léopold Sédar Senghor

«La práctica del movimiento me llevó a descubrir al hombre humanamente.
Cuando sucede esto, se siente el verdadero amor.
La práctica de la expresión me permitió descubrir la necesidad que tenemos de liberarnos y el miedo que tenemos de que esto se produzca.
La práctica del ritmo me permitió conectarme con mi mundo emocional y a través de él, descubrir los ritmos de cada pueblo, desde el nuestro. (No confundir ritmo con coreografía o compás).
El Hatha Yoga me permitió descubrir el mundo en sus distintas dimensiones, mis resonadores y mi responsabilidad en la relación entre mi personalidad y mi ego, y entre mi esencia y mi sensibilidad y cómo estaba yo ubicada en todos estos aspectos y qué relación tengo Yo personalidad con todo esto.
La Plástica Griega me permitió conocer e identificar la expansión psicofísica y tener la experiencia de lo que realmente significa un instante armónico entre el cosmos y mi todo.
La información y la comunicación telepática me permitió sacar conclusiones y me ayudó a meterme a experimentar lo que intuía.
La intuición fue mi acicate para buscar informarme permanentemente.
Tenía miedo y no quería equivocarme. El miedo a equivocarme me llevó a informarme en todo lo que podía encontrar y como no encontré muchas explicaciones, me entregué a experimentar personalmente.
Como no podía ni puedo quedarme con lo que adquiero y necesito exteriorizarlo, comencé a contar lo que me acontecía. Contando, encontré quienes se interesaron en hacer la experiencia y así pude experimentar y comprobar. Descubrí las leyes.
Por suerte encontré muchas personas a quienes les interesaba lo que hacía y hago. Desde luego que cada uno sigue la experiencia mientras lo necesita y esté en el campo de su interés.
Lo que he descubierto no es nuevo. Es tan antiguo, bueno, como el hombre…»
Susana Rivara de Milderman del Libro: «Hacia el equilibrio entre la Ética y la Estética«

-Si uno rastrea en los orígenes de Corrientes, observa que el correntino es diferente a sus vecinos, que tiene una identidad propia y distintiva. ¿Cuánto de esas particularidades se la debe al guaraní?

-Hace 4.500 años que el guaraní llegó a Corrientes. Los nombres de nuestros lugares, nuestras actitudes, nuestras costumbres, nuestra manera de ser son guaraníes. Y eso implica un idioma con un contenido poético increíble. Cabeza en castellano no tiene nada de poesía, pero en guaraní significa el hueso que contiene el alma. Niño es cunumí, que en guaraní significa pequeña ternura. Lo mismo si digo otoño, que significa el tiempo de las hojas caídas. Estoy escribiendo un libro sobre eso, sobre la metáfora guaraní, tema que empecé a tratar en los años 80.
Tenemos un origen ancestral guaranítico que no se perdió. No se puede borrar del mapa una cultura por una ley, por un decreto. En 1770 Carlos III prohibió hablar cualquier idioma aborigen. Las actas de los gobiernos se hacían en guaraní. Hoy en día se habla pero no se escribe y eso me preocupa porque estudio la etimología de las palabras y no estudiando eso se pierde lo bello del idioma. Ninguna cultura alcanza la belleza metafórica del guaraní. Y hubo quien dijo que donde comenzaba el guaraní terminaba la civilización. Lo dijo un prócer que tiene estatuas por todos lados. Pasaron cosas terribles con el guaraní: hacia 1825 en Itatí vivían guaraníes con guaraníes, pero extinguieron el Cabildo Indio de Itatí y se repartieron los bienes: le sacaron hasta la corona de la virgen en los años de Bernardino Rivadavia. Y en 1856 prohibieron los apellidos guaraníes. Y todo venía de los guaraníes de Itatí: las artesanías, la música. La clave es cambiarte la cultura. Por eso hay que ver la etimología de las palabras, donde está el origen de las cosas.(…) Los habían obligado a cambiar el apellido, pero los pájaros, los ríos, los árboles, son guaraníes.

Donde nace el chamame.

Pocho habla bajo, lento, correcto, con el dulce sabor de su provincia, esa especie de música que el correntino tiene en sus palabras. Hace 32 años tiene un programa en AM Radio Corrientes. Hace una década está al aire en FM Radio Universitaria y lleva un cuarto de siglo en FM Capital. (…)

-¿Cuál es la relación del guaraní con la música?
-El guaraní tiene dos tipos de música, la sacra, que es el chamamé, un rezo danza para los días de lluvia. Chamamé significa “estar en la lluvia con el alma mía”. Para el guaraní la palabra era el alma. Y era un canto rezo para los días de lluvia. La lluvia era el bien más preciado que Dios le regalaba para equilibrarles el alma y la mente, además de ser utilitaria para sus cosechas. Las reuniones entre los más sabios de la tribu se hacían los días de lluvia y se llamaban AMANDAYÉ, que quiere decir amar la lluvia y lo que dice la lluvia. Se habla poco de estos temas en los encuentros de folklore. El sapucay no es ese grito que pegan ahora: esto es burdo, un invento de los gringos para dejarlos bajos a los guaraníes. Sapucay significa “le quema el sonido en los ojos”, porque era un canto pronunciado en voz muy alta, con el que se adoraba a Dios y se le pedía que no finalizara el mundo en los días de eclipse. El sapucay era para los días de eclipse.

-¿Por eso el chamamé es una religión para el correntino, no?
-El guaraní no rezaba arrodillado sino que rezaba en ronda: era un rezo danza. El chamamé significaba para el guaraní crear la palabra mientras danzamos en ronda. Cuando llega el jesuita, con la religión católica, el chamamé sigue atado a lo religioso, pero antes el chamamé era sólo canto, pronunciado con el instrumento de Dios. Después vienen la guitarra y el acordeón, con las misiones jesuíticas. Es posible que haya llegado desde Europa el acordeón, pero una investigación propia aleja cada vez más esa chance: un trabajo habla del chamamé tocado en 1841 con acordeón y guitarra, por Francisco Reyes Ortiz, un granadero de San Martín que se hizo cura. Se encuentran muchas cosas andando. Los guaraníes tienen danzas que imitan a los pájaros.

Tocar con el corazon.

Pocho es un juntador de libros: tiene más de 20 diccionarios de lenguas aborígenes; bibliografía guaranítica, franciscana y jesuítica; videos, láminas y casetes de audio, con testimonios vivenciales y música correntina antigua. Pero también es un coleccionista de sonidos, propios y extraños, con 34 obras integrales registradas. (…)  “Tocar es lo mismo que acariciar a la guaina (novia): uno conoce célula por célula de su guaina, como conoce cuerda por cuerda su guitarra. La música no es una ciencia: es un sentimiento que se toca”.

Anda lento el hombre que renunció a ser una celebridad nacional para ser un mito correntino: nunca quiso salir de su lugar, de la casa repleta de libros, de diarios, casetes, de discos. El autor de Pueblero de Allá Ité elige estar cerca del río, en su modesta casa. “De lo que sé, sé que no sé nada. Por eso me quedé siempre en Corrientes.”

 

Fragmento de nota a Pocho Roch. Por Esteban Raies. Revista El Federal. Corrientes.

http://elfederal.com.ar/nota/revista/24284/no-hay-una-cultura-mas-bella-que-la-guarani

 

El mar

Necesito del mar porque me enseña:
no sé si aprendo música o conciencia:
no sé si es ola sola o ser profundo
o sólo ronca voz o deslumbrante
suposición de peces y navios.
El hecho es que hasta cuando estoy dormido
de algún modo magnético circulo
en la universidad del oleaje.
No son sólo las conchas trituradas
como si algún planeta tembloroso
participara paulatina muerte,
no, del fragmento reconstruyo el día,
de una racha de sal la estalactita
y de una cucharada el dios inmenso.

Lo que antes me enseñó lo guardo! Es aire,
incesante viento, agua y arena.

Parece poco para el hombre joven
que aquí llegó a vivir con sus incendios,
y sin embargo el pulso que subía
y bajaba a su abismo,
el frío del azul que crepitaba,
el desmoronamiento de la estrella,
el tierno desplegarse de la ola
despilfarrando nieve con la espuma,
el poder quieto, allí, determinado
como un trono de piedra en lo profundo,
substituyó el recinto en que crecían
tristeza terca, amontonando olvido,
y cambió bruscamente mi existencia:
di mi adhesión al puro movimiento.

Día de mar en el viento, construido
Con sombras de caballos y de plumas.

Día de mar en mi cuarto -cubo
Donde mis gestos sonámbulos se deslizan
Entre animal y flor como medusas.

Día de mar en el viento, día alto
Donde mis gestos son gaviotas que se pierden
Girando sobre las olas, sobre las nubes.

 

Sophia de Mello Breyner Andresen

Versión de Diana Bellessi