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Rostro

«Cada individuo es único como creador y como observador en el campo estético, justamente como cada persona es única en otros campos del esfuerzo humano. (…) Como la vida revela, la singularidad se extiende, porque la acumulativa experiencia modela lentamente a cada uno de nosotros –sin duda, dos historias de vida no son iguales-.(…) la singularidad puede estar mas en las relaciones entre los elementos que en los mismos elementos. Es análoga a la unicidad de cada rostro humano: cada rasgo puede encontrarse idéntico en otro rostro, pero no la configuración total de todos ellos”

Jacques Maquet, La experiencia estética. Parte 3.

Tomemos como ejemplo un objeto aparentemente transcultural y abstracto como la línea, y consideremos su significa­do, tal y como lo describe brillantemente Robert Farish Thompson, en la escultura yoruba. La precisión lineal, nos dice Thompson, la absoluta nitidez de la línea, es una de las principales preocupacio­nes de los escultores yoruba, preocupación que captan aquellos que aprecian el trabajo de esos escultores; el vocabulario de categorías lineales que los yoruba emplean coloquialmente para una serie de intereses más amplios que la escultura, es detallado y extensivo.
Los yoruba no sólo graban líneas sobre sus estatuas, cerámicas y cosas así: hacen lo propio en sus caras. El corte, de profundidad, dirección y longitud variables, practicado en sus mejillas, se emplea como un medio de identificación del linaje, como adorno personal y como ex­presión del estatua; y las terminologías del escultor y del especialista en escarificaciones- diferencian los «cortes» de las «rasgaduras», y las «perforaciones» o «desgarramientos» de las «heridas abiertas»- Pero todavía hay más. Los yoruba asocian la línea con la civilización: «Este país ha conseguido civilizarse» significa literalmente en yoruba «que esta tierra tiene líneas sobre su cara», «Civilización», en yoruba, continúa Thompson,

es iláju -rostro surcado por señales-. El mismo verbo que civiliza el rostro con señales de identidad en los linajes urbanos y rurales también civiliza la tierra: Ó sá kéké; Ó sáko (Él traza las escarificaciones; el desbroza el monte). El mismo verbo que designa las señales yoruba sobre un rostro sirve para designar aquellos caminos y lindes que se practican en la selva: Ó linón; Ó lá áálá; Ó lapa (Él practicó un nuevo camino; trazó una nueva una nueva vía; abrió un nuevo sendero) De hecho, el verbo básico que indica cicatrizar (lá) tiene múltiples asociaciones con la imposición del modelo humano sobre el desorden de la naturaleza: tanto los trozos de madera como el rostro humano y la selva son «abiertos» al admitir la igualdad interna de la sustancia que ha de conquistarse.

 

En Conocimiento local, Clifford Geertz

No me dejes
hay que olvidar
Todo se puede olvidar
lo que ya se fue
Olvidar el tiempo
de los malentendidos
Y el tiempo perdido
para aclararlos
Olvidar esas horas
que mataban a veces
a golpes de porqués
al corazón de la felicidad
No me dejes
No me dejes
No me dejes

Yo te ofreceré
perlas de lluvia
venidas de países
donde no llueve
Yo escabaré la tierra
hasta después de mi muerte
para cubrir tu cuerpo
de oro y de luz
Yo haré un reino
donde el amor será rey
donde el amor será ley
donde serás reina
No me dejes
No me dejes
No me dejes

Yo te inventaré
palabras locas
que tú comprenderás
Yo te hablaré
de esos amantes
que han visto por dos veces
arder sus corazones

Yo te contaré
la historia de un rey
que murió por no haber
podido encontrarte
No me dejes
No me dejes
No me dejes

Se ha visto a menudo
resurgir el fuego
del antiguo volcán
que se creía demasiado viejo

Existen
tierras quemadas
que dan más trigo
que un mejor abril
Y cuando viene la noche
para que un cielo arda
el rojo y el negro
¿acaso no se unen?
No me dejes
No me dejes
No me dejes

No voy a llorar más
No voy a hablar
Yo me ocultaré allí
para mirarte
bailar y sonreír
Y a escucharte
cantar y después reír
Déjame volverme
La sombra de tu sombra
La sombra de tu mano
La sombra de tu perro
No me dejes
No me dejes
No me dejes
No me dejes

Raqra

Esos tus ojitos rajados
y tu rostro moreno
como arcilla cocinada
botón de oro nudito de agua es.
¿Acaso el sol te está besando
mucho en su regazo de relámpagos?
¿Acaso el viento a tu carita colorada
está lastimando mucho?
Tú que sólo en las quebradas
y abras creces amante corazón
mira esta flor de espinas
cantando desde el origen de los manantiales
ojo del arco iris
a esos tus ojitos rajados
a ése tu rostro moreno
como la arcilla cocinada.

 

 

raqra

ñawichaykimkallpis
uyachaykim
qori botuncha
yaku kipucha
intichu
muchapayasunki wakri
oqllaychallampi,
wayrachu
chay puka uyachaykita
nanachin,
wayqollapi wiñaq
yanachallay
sonqo
qawarikamuy
kay
kishka wayta
jarawisqanta
chirapa
ñawin pukiumanta
raqrañawichaykiman
kallpis
uyachaykiman

¡Máscaras! ¡Oh máscaras!
Máscara negra, máscara roja,
máscaras blanquinegras.
Máscaras de todo horizonte
de donde sopla el Espíritu,
os saludo en silencio.
Y no a ti el último Antepasado
de cabeza de León.
Guardáis este lugar prohibido
a toda sonrisa de mujer,
a toda sonrisa que se marchita.
Destiláis ese aire de eternidad
en el que respiro el aliento de mis Padres.
Máscaras de rostros sin máscara,
despojados de todo hoyuelo y de toda arruga,
que habéis compuesto este retrato,
este rostro mío inclinado sobre el altar de blanco papel.
A vuestra imagen, ¡escuchadme!
Ya se muere el África de los imperios,
es la agonía de una princesa deplorable.
Y también Europa
a la que nos une el cordón umbilical.
Fijad vuestros ojos inmutables
en vuestros hijos dominados que dan su vida como el pobre su última ropa.
Que respondamos con nuestra presencia
al renacer del mundo,
como es necesaria la levadura a la harina blanca.
¿Pues quién enseñaría el ritmo de las máquinas
y de los cañones al mundo desaparecido?
¿Quién daría el grito de alegría para despertar
a muertos y a huérfanos al amanecer?
Decid, ¿quién devolvería el recuerdo de la vida
al hombre de esperanzas rotas?
Nos llaman los hombres del algodón,
del café, del aceite,
nos llaman los hombres de la muerte.
Somos los hombres de la danza,
cuyos pies recobran fuerza
al golpear el duro suelo.

 

Leopold Sedar Senghor, Cantos de sombra