archivo

Cantar

Por: Ernesto Cardenal

Adán en el paraíso hablaba en verso, según una antigua tradición islámica. En realidad el verso es el primer lenguaje de la humanidad. Siempre ha aparecido primero el verso, y después la prosa; y ésta es como una especie de corrupción del verso. En la antigua Grecia todo estaba escrito en verso, aun las leyes: y en muchos pueblos primitivos no existe más que el verso. El verso parece que es la forma más natural del lenguaje.

«Todo indio es un poeta en potencia«, dice Grave Day, y podía haber dicho que todo indio es poeta; y lo mismo puede decirse de todos los pueblos primitivos. Jacob Drachler cuenta que en Dahomey la poesía es una ocupación cotidiana, tanto de la gente ordinaria como de los versificadores profesionales. En las islas Andaman todo el mundo compone cantos, aun los niños, dice M. V. Portman. Se dice que todo esquimal sabe danzar, cantar y componer poemas. El padre Charles de Foucauld escribió que entre los tuaregs todo el mundo hace versos. Y también R. F. Fortune nos cuenta que en la isla de Dobu todos componen canciones. Para cada acontecimiento hay una canción, y hay muy pocas imitaciones entre ellos, dice. «Toda mi vida es canto, y canto como respiro», le dijo un esquimal a Knud Rasmussen. En muchas tribus de los Estados Unidos, cualquier hombre o mujer puede componer versos, y muchas veces los poemas han sido improvisados durante la guerra, o en cacerías, o en ceremonias religiosas. El poema La llevada de la estatua fue improvisado por una anciana de la isla de Pascua a Alfred Métraux.

Así como se puede decir que todo primitivo es poeta, también se puede decir que todo primitivo es religioso. Y mucha de la poesía primitiva es religiosa. Según René Guénon, la palabra latina carmen (canto) viene de la palabra sánscrita karma (rito). Y además de la poesía claramente religiosa, existe entre los primitivos otra aparentemente profana y que puede tener, sin embargo, como el Cantar de los Cantares, un sentido místico. La investigadora y traductora de poesía indígena norteamericana, Mary Austin, dice que hay una clase de poesía común a todas las tribus, y que siempre ha sido considerada equivocadamente poesía de amor profano, pero es en realidad poesía mística: cantos del alma a Dios en la forma del lamento de una muchacha abandonada. Y hablando de los campas del Perú, el antropólogo Stefano Varese ha dicho que muchas veces un canto de invitación amorosa no se limita, en las intenciones del cantor, a una simple declaración sentimental sino que pretende también ser un encantamiento …

«El indio puede oír el alma», dicen los motilones que andan casi desnudos en las selvas de Colombia. Y los maidu de California del Norte acostumbran a hablar mucho de la «luz interior», y dicen: «No se necesita la luz de las hogueras porque se tiene la luz interior.»

Para los indios omahas los cantos penetran en el mundo invisible. Hay cantos que son revelaciones muy personales que ha dado Wakanda (Dios) en la soledad. y según Kenneth Rexroth, la poesía para los indios norteamericanos era algo parecido a los sacramentos o los sacramentales de los cristianos. Los antiguos nahuas de México consideraban a la poesía como la manifestación de Dios en la tierra. La oración de los taraumaras del México actual es la danza y la música («oramos por medio del baile y la calabaza», ha dicho uno de ellos). Y su danza dura hasta dos noches. Un indio de la tribu Fox, de Estados Unidos, ha dicho que cuando cantan a Manitú (Dios) él los oye, no puede dejar de oírlos, «es como si estuviéramos cantando en su propia casa». Los pawnees cuentan de un jefe que solía hablar a Tirawa (Dios) en la tormenta, y Tirawa le contestaba tras de las nubes (éste es el autor del poema Los cielos hablan). En cambio, tos amazules del Africa del Sur dicen: «De Unkulunkulu (Dios) ya no sabemos nada. El fue el primer ser; él brotó al comienzo. Nosotros no conocemos a su esposa. Y los antiguos no nos dijeron si tenía esposa.» Los pigmeos tienen muchos poemas en que se lamentan porque Dios los ha abandonado. Dicen que Dios al principio vivía con ellos, y los animales eran amigos del hombre. El paraíso en que estaban era la selva. Un día quebrantaron un mandato y Dios dejó de ser amigo de ellos, y se fue río arriba. Este es el relato más antiguo del África, según P. Schebesta que lo recogió.

Los indios sioux dicen que sus poemas los han recibido en sueños. Igualmente los yumas dicen que sus cantos los han recibido en sueños y que se necesita el poder de los sueños para cantarlos. Los guaraníes dicen que sus cantos más sagrados fueron obtenidos en sueños. En las islas Fiji se dice que los poemas son recibidos durante el sueño, en el mundo de los espíritus. En Australia a veces se piensa que los cantos se deben a los antepasados que se les han aparecido en sueños. (De la misma manera, los indios omahas dicen que los dibujos que ellos pintan en sus trajes y en sus tiendas son representaciones que ellos han tenido en sueños, y un pies-negro, al ver un fonógrafo, pensó que su inventor habría soñado ese instrumento.) Los indios arapajos componían sus poemas en trances hipnóticos durante sus Danzas del Espíritu, y también bajo el efecto del peyote. Según los esquimales, los cantos son inspirados por las almas que están en la región de los muertos.

Entre los yaquis, las llamadas «Danzas del Venado» son poemas que constan de dos estrofas: en la primera se describe un suceso del mundo natural; en la segunda, el mismo suceso se repite en un mundo místico, la Tierra Florida, mundo que está debajo del amanecer. Por la poesía y la danza se establece una relación o enlace entre los dos mundos, el mundo natural del acontecer diario y el sobrenatural. Y el mundo natural es presentado como una manifestación del mundo sobrenatural, dice Edward H. Spicer.

En algunas tribus de Estados Unidos el canto es una propiedad personal y nadie puede cantarlo sin el permiso del autor. Dice Mary Austin: «Uno puede regalar un canto a un amigo, o legarlo a la tribu al morir; o uno puede morir sin haberlo cantado a nadie más que a su Dios.» También existe entre ellos el Canto de Muerte, que sólo se canta al morir. La misma Mary Austin oyó a un anciano de la tribu yokut cantar su Canto de Muerte:

Toda mi vida
yo he estado
buscando.

Entre los guaraníes, los ascetas y los místicos son los que hacen los cantos. La oración de esos indios es el canto, la danza y la música, dice Alfredo López Austin. La poesía para ellos es dada por la divinidad, y es algo muy personal e íntimo de cada uno. Algunos poseen dos o tres cantos. Los que son más santos poseen muchos más. Para ellos una vida santa está inspirada en las danzas y la música. También dice López Austin que los guaraníes viven con los ojos fijos en el mundo ultraterreno; que su vida aparentemente transcurre en la rutina, pero está cargada de emociones místicas; y que su lenguaje es más apto para el canto y la poesía que para la comunicación cotidiana. En el poema Génesis se describe cómo Ñamandu (Dios) primero creó el lenguaje humano, que participa de la divinidad, después creó el amor al prójimo y los himnos sagrados, y después creó al hombre.

Los indios peruanos escribían sus poemas con nudos de varios colores. Los cantos de los chippewas de Estados Unidos fueron escritos con figuritas grabadas en corteza de abedul. En África los ashanti deletrean sus cantos con toques de tambor. Los ekoi de Nigeria los escriben en una lengua secreta sobre hojas de palmera.

Los huitotos de Colombia tienen cantos muy arcaicos, con palabras que ellos ya no usan y cuyo significado apenas conocen. Estos cantos, dice un misionero, ellos los bailan pintados sus cuerpos de muchos colores, acompañados con tambores y flautas. Muchas canciones de los indios yaquis son tan arcaicas que ni siquiera aparecen en su lenguaje litúrgico. Y los negritos de las Filipinas tienen una liturgia nocturna en un idioma sagrado que ya no es entendido por ellos. En las canciones de la isla de Dobu, las palabras arcaicas y las palabras modernas de lenguas extranjeras están mezcladas con gran libertad. En Australia a veces un canto es adoptado por un pueblo que habla una lengua diferente y que no conoce su significado. Hay indios norteamericanos que tienen poemas compuestos en lenguas secretas. Los yumas cantan con palabras cuyos sentidos ya nadie sabe. Y a los navajos no les importa que un mismo poema tenga dos o tres sentidos diferentes. Los yamanaes de la Tierra del Fuego tienen cantos que son puramente sonidos sin ningún sentido. Esos sonidos pueden significar para ellos diferentes estados de ánimo, como sorpresa o gozo. C. M. Bowra cree que éstos pueden ser los cantos más antiguos de la humanidad.

Entre los guaraníes algunos cantos son asequibles a todo el mundo, mientras que otros sólo pueden ser revelados a los miembros de la misma tribu o a veces sólo a unas pocas personas de mucha confianza. Y además del lenguaje corriente, los guaraníes tienen otros dos: uno es el lenguaje religioso («las palabras de los situados arriba de nosotros») usado por los ancianos y ancianas que han recibido las comunicaciones de la divinidad; y el otro es un lenguaje secreto del que sólo se han podido averiguar algunas palabras, frases y oraciones, y que se revela únicamente a los iniciados. Y hay entre ellos otra clase de cantos («los cantos verdaderos») que son ininteligibles aun para sus cantores.

Un anciano misionero e investigador de los tunebos de Colombia, el padre Henry Rochereau, me dio hace algunos años un canto mágico de estos indios que sólo el hechicero puede cantar y nadie puede oír. El padre había oído el canto una vez, escondido detrás de un cuero de res en la choza del hechicero, mientras éste cantaba creyendo que nadie lo oía; copió las palabras, aunque no todas las logró captar bien, y después empleó dos años en su traducción, no estando seguro de haberlas traducido todas correctamente. El canto era en una lengua muy arcaica; y cuando el hechicero se dio cuenta que le habían tomado el canto, huyó al monte y no se le volvió a ver más.

Entre los pieles rojas, los poemas pertenecían a un individuo, clan o tribu. Uno debía pagar si quería cantar un poema ajeno. Entre los chippewas los cantos eran comprados por considerables sumas de dinero. Un indio fiavajo dijo: «Yo siempre he sido pobre. No conozco ninguna canción.» En la isla de Dobu el autor de una canción conserva sobre ella sus derechos y no puede usarse para el baile sin su permiso; aunque después de que se ha danzado esa canción, puede extenderse hasta lugares lejanos llevada en canoas; muchas de esas canciones son de amor y fueron improvisadas por amantes.

Los cunas varían sus poemas cada vez que los recitan. Según ellos, «las palabras de los cantos no tienen por qué ser siempre las mismas», y se gozan en oír las variaciones. Otros pueblos han venido repitiendo por muchos siglos sus cantos sin variación alguna. Según los araucanos, es la tradición oral la que da permanencia al canto: dicen ellos que la palabra escrita se pierde, pero la palabra oída dura para siempre. Los koguis de la Sierra Nevada de Santa Marta {Colombia) se enorgullecen de que ellos no han tenido necesidad de inventar la grabadora como los blancos: los cantos los tienen grabados en su corazón. Pero un anciano shamán de los campas del Perú, frente a la grabadora que había grabado sus cantos, preguntó: «¿Cuando yo muera estos cantos van a quedar?»

En algunas tribus se considera que la poesía tiene valores curativos. Los esquimales tienen cantos para calmar la cólera y para apaciguar los vientos. Entre los guaraníes hay cantos poderosos para dominar las enfermedades de la tribu, y aun para matar a los jaguares. El largo Canto mágico para curar la locura de los indios cunas es efectivamente usado para esa curación. En el golfo de Urabá, de Colombia, yo di a un indio cuna el texto de este canto, publicado en cuna por el Museo de Gotenburgo, Suecia, y él me lo agradeció mucho, pues decía que nunca se había podido aprender el canto, que es muy largo.

El «Canto Nocturno» de los navajos dura varios días con sus noches. Pero generalmente los poemas primitivos son muy breves. Entre los chippewas hay poemas que son sólo de dos palabras. Según unos indios norteamericanos, los cantos de los blancos «hablan demasiado». Y un indio papago dijo a Ruth Underhill: «Nuestros cantos son tan cortos porque sabemos mucho.» Una vez, el padre Cesáreo de Armellada, misionero e investigador, dijo a un indio venezolano que sus cantos eran monótonos, y él le contestó: «Menos tonos sabe el sapo, y se pasa las noches cantando.»

La poesía primitiva, por lo general, no tiene rima consonante ni asonante. El inca Garcilaso de la Vega decía de la poesía quechua que es libre. Pero con mucha frecuencia hay una «rima» a base de paralelismo o repeticiones. En muchos casos el ritmo es muy acentuado, y entre los indios norteamericanos el ritmo del verso es el del tambor. Palabras y música muchas veces van juntas, y una vez Natalie Curtis preguntó a un poeta navajo qué componía primero, si la música o la letra, y él contestó sorprendido: «Un canto es palabra con música; las dos cosas van juntas.» Muchas veces esta poesía primitiva va acompañada de instrumentos musicales. Y una característica de la poesía primitiva de todos los tiempos es que no está hecha con ideas abstractas sino con imágenes concretas.

La reunión de la presente antología es una labor de muchos años. He utilizado algunas pocas antologías que han sido hechas, pero principalmente he utilizado muchos trabajos especializados, libros, folletos y revistas de carácter científico, consultados en varias bibliotecas. Generalmente las traducciones las he tenido que retocar un poco, modificando el orden de las palabras por razón del ritmo, haciendo más fluida la sintaxis, dando más claridad o exactitud al verso según las notas u observaciones del mismo investigador, o simplemente dando corte de versos a lo que había sido recogido como prosa. Pues estas traducciones nunca se hicieron con criterio poético, sino con criterio científico. Por traducción con criterio poético no entiendo una que sea más libre o esté más alejada del original, sino una que sea más fiel a la poesía del original. En algunos cuantos casos los poemas me fueron dados por los propios investigadores. Los poemas de la tribu paez me fueron dados por un joven de esa tribu, traducidos por él. Una cantidad considerable de los poemas de esta antología fueron traducidos del inglés. El Canto de la creación de los huitotos fue traducido por Preuss al alemán, y yo utilicé una traducción al español de esa traducción, que encontré inédita y sin autor en la Biblioteca del Museo de Antropología e Historia de Bogotá, haciéndole algunas pequeñas modificaciones basándome en el texto alemán y en el original indígena que también reproduce Preuss. En el caso de dos poemas pawnees yo mismo los traduje de la lengua indígena utilizando un glosario, pues las traducciones estaban muy alejadas del original. Por todo esto resultaba muy complicado dar crédito a las fuentes. He preferido que esta antología vaya sin una sola nota y sin bibliografía. Este no es un libro científico, es un libro de poesía.

Primero se arrancó
una a una todas sus plumas.
Luego se comió
su propio cuerpo desplumado,
de abajo hacia arriba,
empezando por las patas
y terminando por la cabeza y el pico.
Tras el último bocado,
sintió sueño y se quedó dormido.
Cuando despertó
no sabía bien dónde estaba,
ni si era de día o de noche.
¿Qué podía hacer?, se preguntó,
y no se le ocurrió otra cosa
que ponerse a cantar.
Y el canto que cantó entonces
nunca antes
había sido escuchado

Rehén de la colina

1
Oh candoroso embriagado entre loros,
entre isletas subiendo hasta el nivel de la
colina,
canta en tu boca el canto ardiente de otra boca,
y cuando la sangre sube hasta tus ojos es
porque están quebradas todas las fulguraciones
del sollozo en tu pecho.
Canta, viejo rehén de la colina.
Arde, candoroso de alcohol negro, que con palmas
salvajes tienen hijos que retornan al viento,
al gemido del clima en el olor áspero y cruel
de las arañas del estero,
en aquel paisaje de cristal desprendido del fuego.

2
Asombra al mundo en un paisaje de enero,
oh demente,
oh luz de la humedad.
Ah colgado sediento de unos ojos,
duerme, duerme bajo la luz del padre al otro
extremo del poder y la delicadeza.
En tus ojos la berlina del viaje amarillo arde
helada.
Beso tras beso el pasajero toca la raya de ácido
caliente del retorno.
Sé piadoso con el otro límite de tu fragilidad,
padre aletargado por el sol,
presión de la locura de una tierra suspendida en
la tela del agua y del fuego.

Le tengo rabia al silencio

Le tengo rabia al silencio por lo mucho que perdí
le tengo rabia al silencio por lo mucho que perdí,
que no se quede callado quien quiera vivir feliz
que no se quede callado quien quiera vivir feliz

Un día monté a caballo y en la selva me metí
un día monté a caballo y en la selva me metí,
y sentí que un gran silencio crecía dentro de mí
y sentí que un gran silencio crecía dentro de mí.
Hay silencio en mi guitarra cuando canto el yaraví
hay silencio en mi guitarra cuando canto el yaraví,
y lo mejor de mi canto se queda dentro de mí
y lo mejor de mi canto se queda dentro de mí.
Cuando el amor me hizo señas todo entero me encendí
cuando el amor me hizo señas todo entero me encendí,
y a fuerza de ser callado, callado me consumí
y a fuerza de ser callado, callado me consumí.

 

Señoras y señores:

En esta conferencia no pretendo, como en anteriores, definir, sino subrayar; no quiero dibujar, sino sugerir. Animar, en su exacto sentido. Herir pájaros soñolientos. Donde haya un rincón oscuro, poner un reflejo de nube alargada y regalar unos cuantos espejos de bolsillo a las señoras que asisten.

He querido bajar a la ribera de los juncos. Por debajo de las tejas amarillas. A la salida de las aldeas, donde el tigre se come a los niños. Estoy en este momento lejos del poeta que mira el reloj, lejos del poeta que lucha con la estatua, que lucha con el sueño, que lucha con la anatomía; he huido de todos mis amigos y me voy con aquel muchacho que se come la fruta verde y mira cómo las hormigas devoran al pájaro aplastado por el automóvil.

Por las calles más puras del pueblo me encontraréis; por el aire viajero y la luz tendida de las melodías que Rodrigo Caro llamó «reverendas madres de todos los cantares». Por todos los sitios donde se abre la tierna orejita rosa del niño o la blanca orejita de la niña que espera, llena de miedo, el alfiler que abra el agujero para la arracada.

En todos los paseos que yo he dado por España, un poco cansado de catedrales, de piedras muertas, de paisajes con alma, me puse a buscar los elementos vivos, perdurables, donde no se hiela el minuto, que viven un tembloroso presente. Entre los infinitos que existen, yo he seguido dos: las canciones y los dulces. Mientras una catedral permanece clavada en su época, dando una expresión continua del ayer al paisaje siempre movedizo, una canción salta de pronto de ese ayer a nuestro instante, viva y llena de latidos como una rana, incorporada al panorama como arbusto reciente, trayendo la luz viva de las horas viejas, gracias al soplo de la melodía.

Todos los viajeros están despistados. Para conocer la Alhambra de Granada. por ejemplo, antes de recorrer sus patios y sus salas, es mucho más útil, más pedagógico comer el delicioso alfajor de Zafra o las tortas alajú de las monjas, que dan, con la fragancia y el sabor, la temperatura auténtica del palacio cuando estaba vivo, así como la luz antigua y los puntos cardinales del temperamento de su corte.

En la melodía, como en el dulce, se refugia la emoción de la historia, su luz permanente sin fechas ni hechos. El amor y la brisa de nuestro país vienen en las tonadas o en la rica pasta del turrón, trayendo vida viva de las épocas muertas, al contrario de las piedras, las campanas, las gentes con carácter y aun el lenguaje.

La melodía, mucho más que el texto, define los caracteres geográficos y la línea histórica de una región y señala de manera aguda momentos definidos de un perfil que el tiempo ha borrado. Un romance, desde luego, no es perfecto hasta que no lleva su propia melodía, que le da la sangre y palpitación y el aire severo o erótico donde se mueven los personajes.

La melodía latente, estructurada con sus centros nerviosos y sus ramitos de sangre, pone vivo calor histórico sobre los textos que a veces pueden estar vacíos y otras veces no tienen más valor que el de simples evocaciones.

Antes de pasar adelante debo decir que no pretendo dar en la clave de las cuestiones que trato. Estoy en un plano poético donde el sí y el no de las cosas son igualmente verdaderos. Si me preguntan ustedes: «¿Una noche de luna de hace cien años es idéntica a una noche de luna de hace diez días?», yo podría demostrar (y como yo otro poeta cualquiera, dueño de su mecanismo) que era idéntica y que era distinta de la misma manera y con el mismo acento de verdad indiscutible. Procuro evitar el dato erudito que, cuando no tiene gran belleza, cansa a los auditorios, y en cambio, persigo subrayar el dato de emoción, porque a vosotros os interesa más saber si de una melodía brota una brisa tamizada que incita al sueño o si una canción puede poner un paisaje simple delante de los ojos recién cuajados del niño, que saber si esa melodía es del siglo XVII o si está escrita en 3 por 4, cosa que el poeta debe saber, pero no repetir, y que realmente está al alcance de todos los que se dedican a estas cuestiones.

Hace unos años, paseando por las inmediaciones de Granada, oí cantar a una mujer del pueblo mientras dormía a su niño. Siempre había notado la aguda tristeza de las canciones de cuna de nuestro país; pero nunca como entonces sentí esta verdad tan concreta. Al acercarme a la cantora para anotar la canción observé que era una andaluza guapa, alegre sin el menor tic de melancolía; pero una tradición viva obraba en ella y ejecutaba el mandado fielmente, como si escuchara las viejas voces imperiosas que patinaban por su sangre. Desde entonces he procurado recoger canciones de cuna de todos los sitios de España; quise saber de qué modo dormía a sus hijos las mujeres de mi país, y al cabo de un tiempo recibí la impresión de que España usa sus melodías para teñir el primer sueño de sus niños. No se trata de un modelo o de una canción aislada en una región, no; todas las regiones acentúan sus caracteres poéticos y su fondo de tristeza en esta clase de cantos, desde Asturias y Galicia hasta Andalucía y Murcia, pasando por el azafrán y el modo yacente de Castilla.

Existe una canción de cuna europea, suave y monótona, a la cual puede entregarse el niño con toda fruición, desplegando todas sus aptitudes para el sueño. Francia y Alemania ofrecen característicos ejemplos, y entre nosotros, los vascos dan la nota europea con sus nanas de un lirismo idéntico al de las canciones nórdicas, llenas de ternura y amable simplicidad.

La canción de cuna europea no tiene más objeto que dormir al niño, sin que quiera, como la española, herir al mismo tiempo su sensibilidad.

El ritmo y la monotonía de estas canciones de cuna que llamo europeas las pueden hacer aparecer como melancólicas, pero no lo son por sí mismas; son melancólicas accidentalmente, como un chorro de agua o el temblor de unas hojas en determinado momento. No podemos confundir monotonía con melancolía. El cogollo de Europa tiende grandes telones grises ante sus niños para que duerman tranquilamente. Doble virtud de lana y esquila. Con el mayor tacto.

Las canciones de cuna rusas que conozco, aun teniendo el oblicuo y triste rumor eslavo, pómulo y lejanía, de toda su música, no poseen la claridad sin nubes de las españolas, el sesgo profundo, la sencillez patética que nos caracterizan. La tristeza de la canción de cuna rusa puede soportarla el niño, como se soporta un día de niebla detrás de los cristales; pero en España, no. España es el país de los perfiles. No hay términos borrosos por donde se pueda huir al otro mundo. Todo se dibuja y limita de la manera más exacta. Un muerto es más muerto en España que en cualquiera otra parte del mundo. Y el que quiere saltar al sueño se hiere los pies con el filo de una navaja barbera.

No quiero que crean ustedes que vengo a hablar de la España negra, la España trágica, etc., etc., tópico demasiado manoseado y sin eficacia literaria por ahora. Pero el paisaje de las regiones que más trágicamente la representan, que son aquellas donde se habla el castellano, tiene el mismo acento duro, la misma originalidad dramática y el mismo aire enjuto de las canciones que brotan en él. Siempre tendremos que reconocer que la belleza de España no es serena, dulce, reposada, sino ardiente, quemada, excesiva, a veces sin órbita; belleza sin la luz de un esquema inteligente donde apoyarse y que, ciega de su propio resplandor, se rompe la cabeza contra las paredes.

Se puede encontrar en el campo español ritmos sorprendentes o construcciones melódicas llenas de un misterio y una antigüedad que escapa a nuestro dominio; pero nunca encontraremos un solo ritmo elegante, es decir, consciente de sí mismo, que se vaya desarrollando con serenidad querida aunque brote del pico de una llama.

Pero aun dentro de esta tristeza sobria o este furor rítmico España tiene cantos alegres, chanza, bromas, canciones de delicado erotismo y encantadores madrigales. ¿Cómo ha reservado para llamar al sueño del niño lo más sangrante, lo menos adecuado para su delicada sensibilidad?

No debemos olvidar que la canción de cuna está inventada (y sus textos lo expresan) por las pobres mujeres cuyos niños son para ellas una carga, una cruz pesada con la cual muchas veces no pueden. Cada hijo, en vez de ser una alegría, es una pesadumbre, y, naturalmente, no pueden dejar de cantarles, aun en medio de su amor, su desgano de la vida.

Hay ejemplos exactos de esta posición, de este resentimiento contra el niño que ha llegado cuando, aun queriendo la madre. no ha debido llegar de ninguna manera. En Asturias, se canta esto en el pueblo de Navia:

Este neñín que teño nel collo
e d’un amor que se tyama Vitorio,

Dios que madeu, treveme llongo

por non andar con Vitorio nel collo.

Y la melodía con que se canta está a tono con la tristeza miserable de los versos.

Son las pobres mujeres las que dan a los hijos este pan melancólico y son ellas las que lo llevan a las casas ricas. El niño rico tiene la nana de la mujer pobre, que le da al mismo tiempo, en su cándida leche silvestre, la médula del país.

Estas nodrizas. juntamente con las criadas y otras sirvientas más humildes, están realizando hace mucho tiempo la importantísima labor de llevar el romance, la canción y el cuento a las casas de los aristócratas y los burgueses. Los niños ricos saben de Gerineldo de don Bernaldo, de Tamar, de los amantes de Teruel, gracias a estas admirables criadas y nodrizas que bajan de los montes o vienen a lo largo de nuestros ríos para darnos la primera lección de historia de España y poner en nuestra carne el sello áspero de la divisa ibérica: «Solo estás y solo vivirás».

Para provocar el sueño del niño intervienen varios factores importantes si contamos, naturalmente, con el beneplácito de las hadas. Las hadas son las que traen las anémonas y las temperaturas. La madre y la canción ponen lo demás.

Todos los que sentimos al niño como el primer espectáculo de la Naturaleza, los que creemos que no hay flor, número o silencio comparables a él hemos observado muchas veces cómo, al dormir y sin que nada ni nadie le llame la atención, ha vuelto la cara del almidonado pecho de la nodriza (ese pequeño monte volcánico estremecido de leche y venas azules) y ha mirado con los ojos fijos la habitación aquietada para su sueño.

«¡Ya está ahí!», digo yo siempre, y, efectivamente, está.

El año de 1917 tuve la suerte de ver a un hada en la habitación de un niño pequeño, primo mío. Fue una centésima de segundo, pero la vi. Es decir, la vi… como se ven las cosas puras, situadas al margen de la circulación de la sangre, con el rabillo del ojo, como el gran poeta Juan Ramón Jiménez vio a las sirenas, a su vuelta de América: las vio que se acababan de hundir. Esta hada estaba encaramada en la cortina, relumbrante como si estuviera vestida con un traje de ojo de perdiz, pero me es imposible recordar su tamaño ni su gesto. Nada más fácil para mí que inventármela, pero sería un engaño poético de primer orden, nunca una creación poética, y yo no quiero engañar a nadie. No hablo con humor ni con ironía; hablo con la fe arraigada que solamente tienen el poeta, el niño y el tonto puro. Al hablar incidentalmente de las hadas cumplí con mi deber de propagandista del sentido poético, hoy casi perdido por culpa de los literatos y los intelectuales, que han esgrimido contra él las armas humanas y poderosas de la ironía y el análisis.

Después del ambiente que ellas crean hacen falta dos ritmos: el ritmo físico de la cuna o silla y el ritmo intelectual de la melodía. La madre traba estos dos ritmos para el cuerpo y para el oído con distintos compases y silencios, los va combinando hasta conseguir el tono justo que encanta al niño.

No hacía falta ninguna que la canción tuviese texto. El sueño acude con el ritmo solo y la vibración de la voz sobre ese ritmo. La canción de cuna perfecta sería la repetición de dos notas entre sí, alargando su duración y efectos. Pero la madre no quiere ser fascinadora de serpientes, aunque en el fondo emplee la misma técnica.

Tiene necesidad de la palabra para mantener al niño pendiente de sus labios, y no sólo gusta de expresar cosas agradables mientras viene el sueño, sino que lo entra de lleno en la realidad cruda y le va infiltrando el dramatismo del mundo.

Así, pues, la letra de las canciones va contra el sueño y su río manso. El texto provoca emociones en el niño y estados de duda, terror, contra los cuales tiene que luchar la mano borrosa de la melodía que peina y amansa los caballitos encabritados que se agitan en los ojos de la criatura.

No olvidemos que el objeto fundamental de la nana es dormir al niño que no tiene sueño. Son canciones para el día y la hora en que en niño tiene ganas de jugar. En Tamames se canta:

Duérmete, mi niño,
que tengo que hacer,

lavarte la ropa,

ponerme a coser.

Y a veces la madre realiza una verdadera batalla que termina con azotes, llantos y sueño al fin. Nótese cómo al niño recién nacido no se le canta la nana casi nunca. Al niño recién nacido se le entretiene con el esbozo melódico dicho entre dientes, y en cambio, se da mucha más importancia al ritmo físico, al balanceo. La nana requiere un espectador que siga con inteligencia sus accidentes y se distraiga con la anécdota, tipo o evocación de paisaje que la canción expresa. El niño al que se canta ya habla, empieza a andar, conoce el significado de las palabras y muchas veces canta él también.

Hay una relación delicadísima entre el niño y la madre en el momento silencioso del canto. El niño permanece alerta para protestar el texto o avivar el ritmo demasiado monótono. La madre adopta una actitud de ángulo sobre el agua al sentirse espiada por el agudo crítico de su voz.

Ya sabemos que a todos los niños de Europa se les asusta con el «coco» de maneras diferentes. Con el «bute» y la «marimanta» andaluza, forma parte de ese raro mundo infantil, lleno de figuras sin dibujar, que se alzan como elefantes entre la graciosa fábula de espíritus caseros que todavía alientan en algunos rincones de España.

La fuerza mágica del «coco» es precisamente su desdibujo. Nunca puede aparecer, aunque ronde las habitaciones. Y lo delicioso es que sigue desdibujado para todos. Se trata de una abstracción poética, y, por eso, el miedo que produce es un miedo cósmico, un miedo en el cual los sentidos no pueden poner sus límites salvadores, sus paredes objetivas que defienden, dentro del peligro, de otros peligros mayores, porque no tienen explicación posible. Pero no hay tampoco duda de que el niño lucha por representarse esa abstracción, y es muy frecuente que llame «cocos» a las formas extravagantes que a veces se encuentran en la Naturaleza. Al fin y al cabo, el niño está libre para poder imaginárselo. El miedo que le tenga depende de su fantasía, y puede, incluso, serle simpático, yo conocí a una niña catalana que. en una de las últimas exposiciones cubistas de mi gran compañero de Residencia Salvador Dalí, nos costó mucho trabajo sacarla fuera del local, porque estaba entusiasmada con los «papos», los «cocos», que eran cuadros grandes de colores ardientes y de una extraordinaria fuerza expresiva. Pero no es España aficionada al «coco». Prefiere asustar con seres reales. En el Sur, el «toro» y la «reina mora» son las amenazas; en Castilla, la «loba» y la «gitana», y en el norte de Burgos se hace una maravillosa sustitución del «coco» por la «aurora». Es el mismo procedimiento para infundir silencio que se emplea en la nana más popular de Alemania, en la cual es una oveja la que viene a morder al niño. La concentración y huida al otro mundo, el ansia de abrigo y el ansia de límite seguro que impone la aparición de estos seres reales o imaginarios llevan al sueño, aunque conseguido de manera poco prudente… Pero esta técnica del miedo no es muy frecuente en España. Hay otros medios más refinados y algunos más crueles.

Muchas veces la madre construye en la canción una escena de paisaje abstracto, casi siempre nocturno, y en ella pone, como en el auto más simple y viejo, uno o dos personajes que ejecutan alguna acción sencillísima y casi siempre de un efecto melancólico de lo más bello que se puede conseguir. Por esta escenografía diminuta pasan los tipos que el niño va dibujando necesariamente y que se agrandan en la niebla caliente de la vigilia.

A esta clase pertenecen los textos más suaves y tranquilos por los que el niño puede correr relativamente sin temores. Andalucía tiene hermosos ejemplos. Es la canción de cuna más racional. si no fuera por las melodías. Pero las melodías son dramáticas, siempre de un dramatismo incomprensible para el oficio que ejercen, yo he recogido en Granada seis versiones de esta nana:

A la nana, nana, nana,
a la nanita de aquel

que llevó el caballo al agua

y lo dejó sin beber.

En Tamames (Salamanca) existe ésta:

Las vacas de Juana
no quieren comer;

llévalas al agua,

que querrán beber.

En Santander se canta :

Por aquella calle a la larga
hay un gavilán perdío

que dicen que va a llevarse

la paloma de su nío.

Y en Pedrosa del Príncipe (Burgos).

A mi caballo le eché
hojitas de limón verde

y no las quiso comer.

Los cuatro textos, aunque de personajes diferentes y de sentimientos distintos, tienen un mismo ambiente. Es decir: la madre evoca un paisaje de la manera más simple y hace pasar por él a un personaje al que rara vez da nombre. Solamente conozco dos tipos bautizados en el ámbito de la nana: Pedro Neleira, de la Villa del Grado, que llevaba la gaita colgada de un palo, y el delicioso maestro Galindo de Castilla, que no podía tener escuela porque pegaba a los muchachos sin quitarse las espuelas.

La madre lleva al niño fuera de sí, a la lejanía, y le hace volver a su regazo para que, cansado, descanse. Es una pequeña iniciación de aventura poética. Son los primeros pasos por el mundo de la representación intelectual. En esta nana (la más popular del reino de Granada),

A la nana, nana, nana,
a la nanita de aquel

que llevó el caballo al agua

y lo dejó sin beber…,

el niño tiene un juego lírico de belleza pura antes de entregarse al sueño. Ese aquel y su caballo se alejan por el camino de ramas oscuras hacia el río, para volver a marcharse por donde empieza el canto una vez y otra vez, siempre de manera silenciosa y renovada. Nunca el niño los verá de frente. Siempre imaginará en la penumbra el traje oscuro de aquel y la grupa brillante del caballo. Ningún personaje de estas canciones da la cara. Es preciso que se alejen y abran un camino hacia sitios donde el agua es más profunda y el pájaro ha renunciado definitivamente a sus alas. Hacia la más simple quietud. Pero la melodía da en este caso un tono que hace dramáticos en extremo a aquel y a su caballo; y al hecho insólito de no darle agua, una rara angustia misteriosa.

En este tipo de canción, el niño reconoce al personaje y, según su experiencia visual, que siempre es más de lo que suponemos. perfila su figura. Está obligado a ser un espectador y un creador al mismo tiempo, ¡y qué creador maravilloso! Un creador que posee un sentido poético de primer orden. No tenemos más que estudiar sus primeros juegos, antes de que se turbe de inteligencia, para observar qué belleza planetaria los anima, qué simplicidad perfecta y qué misteriosas relaciones descubren entre cosas y objetos que Minerva no podrá nunca descifrar. Con un botón, un carrete de hilo, una pluma y los cinco dedos de su mano construye el niño un mundo difícil cruzado de resonancias inéditas que cantan y se entrechocan de turbadora manera, con alegría que no ha de ser analizada. Mucho más de lo que pensamos comprende el niño. Está dentro de un mundo poético inaccesible, donde ni alcahueta imaginación, ni la fantasía tienen entrada; planicie con los centros nerviosos al aire, de horror y belleza aguda, donde un caballo blanquísimo, mitad de níquel, mitad de humo, cae herido de repente con un enjambre de abejas clavadas de furiosa manera sobre sus ojos.

Muy lejos de nosotros, el niño posee íntegra la fe creadora y no tiene aún la semilla de la razón destructora. Es inocente y, por tanto, sabio. Comprende, mejor que nosotros, la clave inefable de la sustancia poética. Otras veces la madre sale también de aventura con su niño en la canción. En la región de Guadix se canta:

A la nana, niño mío,
a la nanita y haremos

en el campo una chocita

y en ella nos meteremos.

Se van los dos. El peligro está cerca. Hay que reducirse, achicarse, que las paredes de la chocita nos toquen en la carne. Fuera nos acechan. Hay que vivir en un sitio muy pequeño. Si podemos, viviremos dentro de una naranja. Tú y yo. ¡Mejor, dentro de una uva!

Aquí llega el sueño, atraído por el procedimiento contrario al de la lejanía. Dormir al niño, habiendo un camino delante de él, equivale un poco a la raya de tiza blanca que hace el hipnotizador de gallos. Esta manera de recogimiento dentro de sí es más dulce. Tiene la alegría del que ya está seguro en la rama del árbol durante la turbulenta inundación.

Hay algún ejemplo en España, Salamanca y Murcia, en el cual la madre hace de niño, al revés:

Tengo sueño, tengo sueño,
tengo ganas de dormir.

Un ojo tengo cerrado,

otro ojo a medio abrir.

Usurpa el puesto del niño de una manera autoritaria, y, claro está, como el niño carece de defensa, tiene forzosamente que dormirse.

Pero el grupo más completo de canciones de cuna, y el más frecuente en todo el país, está compuesto por aquellas canciones en las cuales se obliga al niño a ser actor único de su propia nana.

Se le empuja dentro de la canción, se le disfraza y se le pone en oficios o momentos siempre desagradables.

Aquí están los ejemplos más cantados y de más rica enjundia española, así como las melodías más originales y de más acentuado indigenismo.

El niño es maltratado, zaherido de la manera más tierna: «Vete de aquí; tú no eres mi niño; tu madre es una gitana». O «Tu madre no está; no tienes cuna; eres pobre, como Nuestro Señor»; y siempre en este tono.

Ya no se trata de amenazar, asustar o construir una escena, sino que se echa al niño dentro de ella, solo y sin armas, caballero indefenso contra la realidad de la madre.

La actitud del niño en esta clase de nanas es casi siempre de protesta, más o menos acentuada, según su sensibilidad.

Yo he presenciado infinidad de casos en mi larga familia en los cuales el niño ha impedido rotundamente la canción. Han llorado, han pataleado hasta que la nodriza ha cambiado, con gran disgusto parte de ella, el disco y ha roto con otra canción en la cual se compara el sueño del niño con el bovino rubor de la rosa. En Trubia se canta a los niños esta añada, que es una lección de desencanto.

Crióme mi madre
feliz y contentu,

cuando me dormía

me iba diciendo:

«¡Ea, ea, ea!,

tú has de ser marqués,

conde o cabaIleru»;

y por mi desgracia

yo aprendí a «goxeru».

Facía los «goxos»

en mes de Xineru

y por el verano

cobraba el dineru.

Aquí está la vida

del pobre «goxeru».

«¡Ea, ea, ea!», etc., etc.

Oigan ahora ustedes esta nana que se canta en Cáceres, de rara pureza melódica, que parece hecha para cantar a los niños que no tienen madre y cuya severidad lírica es tan madura que más bien parece canto para morir que canto para el primer sueño:

Duérmete, mi niño, duerme,
que tu madre no está en casa,

que se la llevó la Virgen

de compañera a su casa.

De este tipo existen varias en el norte y oeste de España, que es donde la nana toma acentos más duros y miserables.

En Orense se canta otra nana por una doncella cuyos senos todavía ciegos esperan el rumor resbaladizo de su manzana cortada:

Ora, ora, niño, ora;
¿quién vos hai de dar la teta

si tu pai va no monte

y tua mai na leña seca?

Las mujeres de Burgos cantan:

Échate, niño, al ron ron,
que tu padre está al carbón

y tu madre a la manteca

no te puede dar la teta.

Estas dos nanas tienen mucho parecido. La antigüedad venerable de las dos está suficientemente clara. Ambas melodías están escritas en un tetracordo, dentro del cual desenvuelven su esquema. Por la simplicidad y su puro diseño son canciones que no tienen par en ningún cancionero.

Es particularmente triste la nana con que duermen a sus hijos las gitanas de Sevilla. Pero no creo que sea oriunda de esta ciudad. Es el único tipo que presento influido por el canto de las montañas del Norte y que no ofrece la autonomía melódica insobornable que tiene cada región cuando logra definirse. Constantemente vemos en todos los cantos gitanos esa influencia nórdica a través de Granada. Está recogida en Sevilla por un amigo mío de gran escrupulosidad musical. pero parece hija directa de los valles penibéticos. El diseño tiene extraordinario parecido con este canto de Santander, muy conocido:

Por aquella vereda
no pasa nadie,

que murió la zagala,

la flor del valle,

la flor del vaIle,

sí, etc.

Es una nana de este tipo triste en que se deja solo al niño, aun de la mayor ternura. Dice así :

Este galapaguito
no tiene madre,

lo parió una gitana.

lo echó a la calle.

No hay duda ninguna de su acento nórdico, mejor diría granadino, canto que conozco porque lo he recogido, y en donde se traban, como en su paisaje, la nieve con el surtidor y el helecho con la naranja. Pero para afirmar todas estas cosas hay que andar con sumo tacto. Hace años, Manuel de Falla venía sosteniendo que una canción de columpio que se canta en los primeros pueblos de Sierra Nevada era de indudable origen asturiano. Las varias transcripciones que le llevamos afirmaron su creencia. Pero un día la oyó cantar él mismo y al transcribirla y estudiarla notó que era una canción con el ritmo viejo llamado epitrito y que nada tenía que ver con la tonalidad ni con la métrica típicas de Asturias. La transcripción. al dislocar el ritmo, la hacía asturiana. No hay duda de que Granada tiene un gran acervo de canciones de tono galaico y de tono asturiano, debido a una colonización que gentes de estas dos regiones iniciaron en la Alpujarra; pero existen otras infinitas influencias difíciles de captar por esa máscara terrible que lo cubre todo y que se llama carácter regional, el cual confunde y nubla las entradas de las claves, sólo descifrables por técnicos tan profundos como Falla, quien, además, posee una intuición artística de primer orden.

En todo el folklore musical español, con algunas gloriosas excepciones, existe un desbarajuste sin freno en esto de transcribir melodías. Se pueden considerar como no transcriptas muchas de las que circulan. No hay nada más delicado que un ritmo, base de toda melodía, ni nada más difícil que una voz del pueblo que da en estas melodías tercios de tono y aun cuartos de tono, que no tienen signos en el pentagrama de la música construida. Ya ha llegado la hora de sustituir los imperfectos cancioneros actuales con colecciones de discos de gramófono, de utilidad suma para el erudito y para el músico.

De este mismo ambiente que tiene la nana del galapaguito aunque ya más enjuto y de melodía más sobria y patética, existe un tipo en Morón de la Frontera y algún otro en Usana, recogido por el insigne Pedrell.

En Béjar se canta la nana más ardiente, más representativa de Castilla. Canción que sonaría como una moneda de oro si la arrojásemos contra las piedras del suelo:

Duérmete, niño pequeño,
duerme, que te velo yo;

Dios te dé mucha ventura

neste mundo engañador.

Morena de las morenas

, la Virgen del Castañar;

en la hora de la muerte

ella nos amparará.

En Asturias se canta esta otra añada, en la cual la madre se queja de su marido para que en niño la oiga.

El marido viene golpeando la puerta, rodeado de hombres borrachos, en la noche cerrada y lluviosa del país. La mujer mece al niño con una herida en los pies, con una herida que tiñe de sangre las cruelísimas maromas de los barcos.

Todos los trabayos son
para las pobres muyeres,

aguardando por las noches

que los maridos vinieren.

Unos veníen borrachos,

otros veníen alegres;

otros decíen: «Muchachos,

vamos matar las muyeres».

Ellos piden de cenar,

ellas que darles no tienen.

«¿Qué ficiste los dos riales?

Muyer, ¡qué gobierno tienes!!»

Etc., etc.

Es difícil encontrar en toda España un canto más triste y de más cruda salacidad. Nos queda, sin embargo, por ver un tipo de canción de cuna verdaderamente extraordinario. Hay ejemplos en Asturias, Salamanca, Burgos y León. No es la nana de una región determinada, sino que corre por el norte y el centro de la Península. Es la canción de cuna de la mujer adúltera que cantando a su niño se entiende con el amante.

Tiene un doble sentido de misterio y de ironía que sorprende siempre que se escucha. La madre asusta al niño con un hombre que está en la puerta y que no debe entrar. El padre está en casa y no lo dejaría. La variante de Asturias dice:

El que está en la puerta
que non entre agora,

que está el padre en casa

del neñu que llora.

Ea, mi neñín, agora non,

ea, mi neñín, que está el papón.

El que está en la puerta

que vuelva mañana,

que el padre del neñu

está en la montaña.

Ea, mi neñín, agora non,

ea, mi neñín, que está el papón.

La canción de la adúltera que se canta en Alba de Tormes es más lírica que la asturiana y de sentimiento más velado…

Palomita blanca
que andas a deshora

el padre está en casa

del niño que llora.

Palomita negra

de los vuelos blancos,

está el padre en casa

del niño que canta.

La variante de Burgos, Salas de los lnfantes, es la más clara de todas:

Qué majo que eres,
qué mal que lo entiendes,

que está el padre en casa

y el niño no duerme.

Al mu, mu, al mu mu

del alma,

¡que te vayas tú!

Es una hermosa mujer la que canta estas canciones. Diosa Flora, de pecho insomne, apto para la cabeza de la víbora. Ávida de frutos y limpio de melancolía. Esta es la única nana en la cual el niño no tiene importancia de ninguna clase. Es un pretexto nada más. No quiero decir, sin embargo, que todas las mujeres que la cantan sean adúlteras; pero sí que, sin darse cuenta, entran en el ámbito del adulterio. Después de todo, ese hombre misterioso que está en la puerta y no debe entrar es el hombre que lleva la cara oculta por el gran sombrero, con quien sueña toda mujer verdadera y desligada.

He procurado presentar a ustedes diversos tipos de canciones que, con excepción de la de Sevilla, responden a un modelo regional característico desde el punto de vista melódico. Canciones que no han recibido influencia. melodías fijas que no pueden viajar nunca. Las canciones que viajan son canciones cuyos sentimientos permanecen en un equilibrio tranquilo y que tienen cierto aire universal. Son canciones escépticas, hábiles para cambiar el matemático traje del ritmo, flexibles para el acento y neutrales para la temperatura lírica. Cada región tiene un núcleo melódico fijo e insobornable y un verdadero ejército de canciones peregrinas que circulan por donde pueden y que van a morir fundidas en el último límite de su influencia.

Existe un grupo de canciones asturianas y gallegas que, teñidas de verde, húmedas, descienden a Castilla, donde se estructuran rítmicamente y llegan hasta Andalucía, donde adquieren el modo andaluz y forman el raro canto de montaña granadino.

La seguiriya gitana del cante jondo, la más pura expresión de la lírica andaluza, no logra salir de Jerez o de Córdoba. y, en cambio. el bolero, melodía neutra, se baila en Castilla y aun en Asturias. Hay un bolero auténtico en Llanes, recogido por Torner.

Los alalás gallegos golpean noche y día los muros de Zaragoza sin poder penetrarla y, en cambio, muchos acentos de muñeira circulan por las melodías de ciertas danzas rituales y cantos de los gitanos del Sur. Las sevillanas, que llegan intactas hasta Túnez. llevadas por los moros de Granada, ya sufren un cambio total de ritmo y de carácter al llegar a la Mancha, y no logran pasar del Guadarrama.

En las mismas nanas de que hablo, Andalucía influye por el mar, pero no logra llegar al Norte, como en otras clases de canciones. El modo andaluz de la nana tiñe el bajo Levante, hasta algún vou-vei-vou balear, y por Cádiz llega hasta Canarias, cuyo delicioso arroró es de indudable acento bético.

Podríamos hacer un mapa melódico de España, y notaríamos en él una fusión entre las regiones, un cambio de sangres y jugos que veríamos alternar en las sístoles y diástoles de las estaciones del año. Veríamos claro el esqueleto de aire irrompible que une las regiones de la Península, esqueleto en vilo sobre la lluvia, con sensibilidad descubierta de molusco, para recoger en un centro a la menor invasión de otro mundo, y volver a manar fuera de peligro la viejísima y completa sustancia de España.

 

 

Conferencia leída en la Residencia de Estudiantes el 13 de Diciembre de 1928

La raíz de la voz

 
Cada día me trae un vestido de sorpresas
Y un nuevo fuego a mi fuego interno
El alma tiene su oficio de pesadumbres
Que es como un agua de recuerdos
O de árboles que se mueven para parecerse al mar
Siento algo que sube a mis negras regiones
Y que pretende devolverme el cielo
Acaso dar mis ansias a la estrella que quiso apadrinarme
Hay una voz desterrada que persiste en mis sueños
Que viene atravesándome desde mis primeros días
Y que ha cruzado la larga cadena de mis ascendientes
Hay una luz de carne que persiste en mis noches
Que ata a ciertas almas con sus rayos
Hay una esperanza devoradora
Un presagio de cumbre tocada en las manos
Un presagio ascendiendo como una flor de sed
Más poderoso que el centro de las lejanías escuchado por el prisionero
Hay algo que quiere hacer nacer mis modos no nacidos
Los trozos ignorados de mir ser silencioso
Tanto ha quedado en laberintos insaciables
O se han llevado los espejos mortales sin reparar en el peligro de las sombras
Hay una noción de lágrimas y cálidas palabras
Que también han venido atravesando ríos
Y épocas como ciudades enterradas
Hay un trabajo de raíces sin sueño
Y al mismo tiempo una formación de distancias
Por el cual sangraremos a ciertas horas
Hay un latir de cosas que van a madurar tinieblas
Y buscar su palabra precisa para vivir entre nosotros
Buscar su olor distinto como lo busca cada flor
De todo esto será nuestro futuro
Y también hay un goce de campanas deshaciéndose de sus grandes sonidos
¡Oh transparencia de la soledad!
¡Oh libertad de augurio suspendido!
¡Oh filtro de la íntima conciencia que llora su destino!
Has escuchado tanto tu propia voz
Agonizando suspendida de ciertas células
Sin voluntad de espanto…
Escucha ahora la voz del mundo
Mira la vida que ondula como un árbol llamando al sol
Cuando un hombre está tocando sus raíces
La tierra canta con los astros hermanos

Azar y necesidad del benteveo

Cualquiera diría que
con el follaje nuevo
con los despuntes verde agua
sobre el marrón traslúcido
de los troncos
volvían los pájaros
o mansa, la primavera se cumplía
más visible
en este extremo de la ciudad
Pero unas semanas atrás
había que ver a aquel benteveo
sobre el palo pelado de los árboles
golpeando las ramas
con su pico y su canto
como si ya oliese en la madera
la savia estallante
o incitase a las resinas
a hacer su trabajo
No por eso
habría que convertir
en causalidad el azar
distorsionar la materia,
el simple canto;
pero las azaleas de octubre
florecieron en septiembre
y las camelias extendieron su rito
de reinas invernales a pesar
del verde profuso
El benteveo con sus gafas
negras, como de pájaro
egipcio o maquillado
no ostentaba señas;
el inferos, lo celeste
eran datos de otro orden
para la oscuridad de los ojos
Algo ocurría y el benteveo
era el eslabón inestable
sobre la sequedad,
el desvío que anticipaba
con el enlace de hojas,
otros pájaros;
una de esas fluctuaciones
en las que el azar,
más imprudente,
altera la objetividad,
corrobora el cambio
La imagen del benteveo
en retrospectiva,
también, se arbolaba:
subía desde la memoria
a la flecha del tiempo
En ese terreno casi baldío
que para queja de los vecinos
permanecía dejado a su suerte
la naturaleza resolvía
su quehacer
necesario y fortuito
previsible y alterado
Baldío, también
el lugar donde una imagen
era raíz, si albergada,
y luego árbol deseado
no sólo entropía
y espontánea destrucción
En las notas repetidas del benteveo
esa composición que reordenaba
monótona los mismos elementos
en ese acorde exaltado; inexacto
al acompasar los duros golpes,
las ramas secas fueron
transitoriamente inertes
cumplidamente invernales

Nada resulta superior al destino del canto.
Ninguna fuerza abatirá tus sueños,
porque ellos se nutren con su propia luz.
Se alimentan de su propia pasión.
Renacen cada día, para ser.
Sí, la tierra señala a sus elegidos.
El alma de la tierra, como una sombra, sigue a los seres
indicados para traducirla en la esperanza, en la pena, en la soledad.
Si tú eres el elegido, si has sentido el reclamo de la tierra,
si comprendes su sombra, te espera
una tremenda responsabilidad.
Puede perseguirte la adversidad,
aquejarte el mal físico,
empobrecerte el medio, desconocerte el mundo,
pueden burlarse y negarte los otros,
pero es inútil, nada apagará la lumbre de tu antorcha
porque no es sólo tuya.
Es de la tierra, que te ha señalado.
Y te ha señalado para tu sacrificio, no para tu vanidad.
La luz que alumbra el corazón del artista
es una lámpara milagrosa que el pueblo usa
para encontrar la belleza en el camino,
la soledad, el miedo, el amor y la muerte.
Si tú no crees en tu pueblo, si no amas, ni esperas,
Ni sufres, ni gozas con tu pueblo,
no alcanzarás a traducirlo nunca.
Escribirás, acaso, tu drama de hombre huraño,
solo sin soledad …
Cantarás tu extravío lejos de la grey, pero tu grito
será un grito solamente tuyo, que nadie podrá ya entender.
Sí, la tierra señala a sus elegidos.
Y al llegar el final, tendrán su premio, nadie los nombrará,
serán lo anónimo,
pero ninguna tumba guardará su canto …