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Desamor

Necesito empezar este texto con una cita larga porque vale la pena leerla entera. Enrico Malatesta (1853-1932), anarquista italiano de vida trepidante, reflexiona en él sobre la imposibilidad de poner remedio a los males que provienen del amor. «Eliminaremos la explotación del hombre por el hombre, combatiremos la pretensión brutal del macho que se cree amo de la hembra, combatiremos los prejuicios religiosos, sociales y sexuales, aseguraremos a todos, hombres, mujeres y niños, el bienestar y la libertad, propagaremos la instrucción y entonces podremos alegrarnos con razón si no nos quedan otros males que los que provienen del amor.»1

Incluso en la sociedad más libre y perfecta seguiríamos sufriendo por amor, dice Malatesta. El amor puede ser libre o cautivo, igualitario o clasista, basado en la reciprocidad o en la dominación masculina. Pero sea como sea, porque conmueve las emociones más profundas de nuestro ser, de alguna manera nos hará sufrir. Hay una opción que es atenuar el sentimiento amoroso hasta convertirlo en un sentimiento fraternal hacia el conjunto de la humanidad. Lo ha predicado el cristianismo, y el anarquismo de alguna manera lo retoma. Pero, dice Malatesta, querer a todo el mundo se parece demasiado a no querer a nadie. El amor singulariza y nos singulariza. Nos hace hijos, hermanos, amigos, amantes, compañeros, y no un ser humano en general.

Cuando pensamos en el mal de amores, imaginamos historias de pasiones no correspondidas o relaciones imposibles. Siempre, pues, dentro del imaginario romántico de la pareja joven como centro y culminación del sentimiento amoroso. Pero Malatesta nos lleva a un nivel mucho más radical del sufrimiento amoroso: el de los que no son queridos, nunca, por nadie. O muy poco, y tan remotamente que ya ni se acuerdan. Esta posibilidad existe, encarnada en las vidas de muchas personas que nos rodean y que viven en silencio su falta de amor.

No son los protagonistas de bellas historias trágicas, ni de historias que nos ponen la piel de gallina. Son hombres, mujeres y niños que pasan desapercibidos, en la indiferencia. Niños de padres ausentes, jóvenes que no se sienten físicamente agraciados, cuerpos que se salen de los estándares, mujeres que se hacen mayores, viejos que se quedan solos. Una mañana cualquiera, me crucé debajo de casa con tres mujeres que iban hacia el mercado, cada una con su carro. Estuve a tiempo de escuchar a una que decía: «Hace tres años que no me abraza nadie». Tres años. No lo decía llorando, ni con voz dramática. Era la expresión cotidiana de una soledad de la piel que Malatesta sabía que ninguna revolución podría resolver nunca del todo.

1. Osvaldo Baigorria (comp.), El amor libre. Eros y anarquía, Tafalla, Txalaparta, 2010.

La enamorada del muro

I

La enamorada del muro
no sabe cómo es el muro.
pero seguro siente su humedad
cuando ha llovido.
Su aridez
en tiempo seco.
La enamorada del muro
depende del muro.
A él se aferra.
Si el muro se cae
ella se desparrama
como una cabellera sin cabeza.

A veces es tímida
y cubre sólo la base
como una mujer arrodillada
que abraza las piernas de una hombre.
Y a veces –qué deseo
y qué orgullo caben en ella–
cubre no sólo el muro
sino toda la casa.

II

Todo amor nace
a partir de una pequeña confusión.
Nadie puede decir con certeza
si es el muro el que sostiene a su enamorada
o es la enamorada
la que sostiene el muro.
Y todo amor crece
a partir de pequeñas carencias:
La enamorada del muro no florece.
Tampoco el muro.

III

Visto desde afuera
la impresión general es de una gran belleza.
¿Pero quién puede alejarse para mirar
cuando está enamorado?
El muro no ve el hermoso conjunto.
Ve pequeños tentáculos
que se clavan en él.
La enamorada ve el muro descarnado.
“El es el hueso que me da forma.
Yo soy la carne que le da vida”.

IV

Vampiro en el jardín

Ningún jardinero
la recomendaría.
La enamorada del muro
tan pródiga con el muro
tiene un rol muy cruel en el jardín.

Está en su naturaleza apropiarse
de toda la humedad del terreno.
De modo que mientras ella se expande
y se demora tiernamente en el abrazo
las otras plantas mueren.
¿Qué puede importarle?

Una mujer enamorada es capaz
de atravesar sin ver una ciudad bombardeada.
Los ojos fijos en los labios de su amor.

No hay culpa
en la pasión.

“No permitiré que nada
ni nadie
te haga daño
amor mío”

V

En sí misma

Sólo una loca pudo
enamorarse de un muro.

Un muro no habla.
No escribe cartas.
No florece.

Cubierto totalmente por las hojas
deja de ser visible.
hasta se puede dudar de su existencia.

“No es eso
hija
lo que te enamora.
No es muro.
Es tu esplendor”.

¿Acaso fue en un marco de ilusión,
En el profundo espejo del deseo,
O fue divina y simplemente en vida
Que yo te vi velar mi sueño la otra noche?

En mi alcoba agrandada de soledad y miedo,
Taciturno a mi lado apareciste
Como un hongo gigante, muerto y vivo,
Brotado en los rincones de las noches
Húmedos de silencio,
Y engrasados de sombra y soledad.

Te inclinabas a mí supremamente,
Como a la copa de cristal de un lago
Sobre el mantel de fuego del desierto;
Te inclinabas a mí, como un enfermo
De la vida a los opios infalibles
Y a las vendas de piedra de la Muerte;
Te inclinabas a mí como el creyente
A la oblea de cielo de la hostia…
—Gota de nieve con sabor de estrellas
Que alimenta los lirios de la Carne,
Chispa de Dios que estrella los espíritus—.
Te inclinabas a mí como el gran sauce
De la Melancolía
A las hondas lagunas del silencio;
Te inclinabas a mí como la torre
De mármol del Orgullo,
Minada por un monstruo de tristeza,
A la hermana solemne de su sombra…
Te inclinabas a mí como si fuera
Mi cuerpo la inicial de tu destino
En la página oscura de mi lecho;
Te inclinabas a mí como al milagro
De una ventana abierta al más allá.

¡Y te inclinabas más que todo eso!

Y era mi mirada una culebra
Apuntada entre zarzas de pestañas,
Al cisne reverente de tu cuerpo.
Y era mi deseo una culebra
Glisando entre los riscos de la sombra
A la estatua de lirios de tu cuerpo!

Tú te inclinabas más y más… y tanto,
Y tanto te inclinaste,
Que mis flores eróticas son dobles,
Y mi estrella es más grande desde entonces.
Toda tu vida se imprimió en mi vida…

Yo esperaba suspensa el aletazo
Del abrazo magnífico; un abrazo
De cuatro brazos que la gloria viste
De fiebre y de milagro, será un vuelo!
Y pueden ser los hechizados brazos
Cuatro raíces de una raza nueva:

Y esperaba suspensa el aletazo
Del abrazo magnífico…
¡Y cuando,
te abrí los ojos como un alma, vi
Que te hacías atrás y te envolvías
En yo no sé qué pliegue inmenso de la sombra!

Siento que, al doblar,
nos encontraremos ahí,
como beduinos
incontenibles.

En los umbrales
de la civilización,
que espera
con vino
y zozobra.

Traspasaremos
con un canto arrollador
sus arcos de mármol
y muerte.

Niños hermosos,
orgullosos de su integridad,
no extraña que callen
ante el peligro.

Profundos cristales,
frías cavidades.
Muecas groseras
estafadas.

Enriquecidos
exégetas tecnocráticos,
que con tus costillas
alzan emporios.

¡Cómo olvidar
a esos cómplices del dolor
codificando su pupilaje!

Promiscua belleza
lacera tímidos cuerpos,
tu impertinencia
disuelve miedos.

¡Vive en vos!, amigo mío, ya lo sé.
La ciudad se abre a tus pasos…

Cuando el tiempo
era más que inmensidad,
tu sombra brillaba
junto al diablo.

Y en esa vigilia,
la perpetua llama
siempre arrojó luz
a otros caminos.

Si esta noche no tengo respuestas,
esta noche
te mataré.
A vos,
nene blanco sigiloso.

Ese reguero
de incontables farsas…
ya es tiempo
de expiarlas.

La luz de la luna

«y cuando hablamos
tememos que nuestras palabras
no sean escuchadas
ni bienvenidas,
pero cuando callamos
seguimos teniendo miedo.
Por eso, es mejor hablar
recordando
que no se esperaba que sobreviviéramos»

(Audre Lorde)

————————–
Hay quienes no formamos parte de la especie más que como el error, la anomalía que confirma la precisión
y el equilibrio de las cosas. Como las crías enfermas,
defectuosas, que las perras apartan alzándolas del cuello con la boca,
no se espera de nosotros ninguna fortaleza ni coraje. La mayoría de las veces no hace falta matarnos: el cuerpo vaciado del amor
y del deseo de los otros pasa rápido. Una mancha en el cielo
que pocos llegan a ver antes de que se apague a miles de años luz, sin poder hacer contacto con la tierra,
sin que nadie la extrañe. Pero a veces, contra todas las probabilidades, una raíz crece desaforada, sostenida en el aire hasta clavarse en la materia,
arrastrada por un deseo salvaje, por el empuje de la vida que resiste aunque sepa que en ese esfuerzo descomunal corre el riesgo de –finalmente- quebrarse. Dejá
que tu cabeza descanse en mis manos, me dijiste, prometo
no soltarte. Y yo, que lo único que sabía era que había que escapar del amor como quien escapa
de una pedrada en el pecho, un golpe bien dado en el lugar
más vulnerable, me quedé
sin embargo en ese abrazo y fui curado de las enfermedades de los otros, de lo que hicieron conmigo
para salvarse. No hizo falta que nadie más me tocara. Un cuerpo
sostenido en otro cuerpo se vuelve una casa.

Los amantes desamparados

Los amantes desamparados
caminan de la mano por la noche
los amantes desamparados
se separan en medio de la noche.

Sienten que su amor es infinito
como el rumor del rio junto al parque
pero no tienen sino los parques y la plaza
donde en la tarde se sientan a besarse.

Saben que su amor es luminoso
como el vuelo blanco de las gaviotas
pero están condenados a ocultarse
en las oscuras calles de los barrios.

Saben que su amor es siempre joven
como el trigo que cada año se renueva
pero no tienen casa ni dinero
y los mayores quieren marchitarlos.

Los amantes desamparados
se separan en medio de la noche.
Y luego cada uno en su lecho sueña
con una mañana donde el mundo entero
será su casa y les abrirá las puertas.

 

Jorge Teillier

Los golpeadores

Un hombre sentado junto a la cama
de una mujer a quien golpeó,
cura sus heridas,
suavemente palpa los moretones.
La sangre forma un charco a su alrededor,
se oscurece.

Atónito, se da cuenta que ha comenzado
a quererla. Siente terror.
¿Por qué nunca había
visto, antes, lo que era?
¿Y si deja de respirar?

Tierra, ¿será que no podemos amarte
a menos que creamos que el fin se aproxima?
¿Que no creamos en tu vida
a menos que pensemos que agonizas?

Es olvido
Juro que no recuerdo ni su nombre,
Mas moriré llamándola María,
No por simple capricho de poeta:
Por su aspecto de plaza de provincia.
¡Tiempos aquellos!, yo un espantapájaros,
Ella una joven pálida y sombría.
Al volver una tarde del Liceo
Supe de la su muerte inmerecida,
Nueva que me causó tal desengaño
Que derramé una lágrima al oírla.
Una lágrima, sí, ¡quién lo creyera!
Y eso que soy persona de energía.
Si he de conceder crédito a lo dicho
Por la gente que trajo la noticia
Debo creer, sin vacilar un punto,
Que murió con mi nombre en las pupilas,
Hecho que me sorprende, porque nunca
Fue para mí otra cosa que una amiga.
Nunca tuve con ella más que simples
Relaciones de estricta cortesía,
Nada más que palabras y palabras
Y una que otra mención de golondrinas.
La conocí en mi pueblo (de mi pueblo
Sólo queda un puñado de cenizas),
Pero jamás vi en ella otro destino
Que el de una joven triste y pensativa.
Tanto fue así que hasta llegué a tratarla
Con el celeste nombre de María,
Circunstancia que prueba claramente
La exactitud central de mi doctrina.
Puede ser que una vez la haya besado,
¡Quién es el que no besa a sus amigas!
Pero tened presente que lo hice
Sin darme cuenta bien de lo que hacía.
No negaré, eso sí, que me gustaba
Su inmaterial y vaga compañía
Que era como el espíritu sereno
Que a las flores domésticas anima.
Yo no puedo ocultar de ningún modo
La importancia que tuvo su sonrisa
Ni desvirtuar el favorable influjo
Que hasta en las mismas piedras ejercía.
Agreguemos, aun, que de la noche
Fueron sus ojos fuente fidedigna.
Mas, a pesar de todo, es necesario
Que comprendan que yo no la quería
Sino con ese vago sentimiento
Con que a un pariente enfermo se designa.
Sin embargo sucede, sin embargo,
Lo que a esta fecha aún me maravilla,
Ese inaudito y singular ejemplo
De morir con mi nombre en las pupilas,
Ella, múltiple rosa inmaculada,
Ella que era una lámpara legítima.
Tiene razón, mucha razón, la gente
Que se pasa quejando noche y día
De que el mundo traidor en que vivimos
Vale menos que rueda detenida:
Mucho más honorable es una tumba,
Vale más una hoja enmohecida,
Nada es verdad, aquí nada perdura,
Ni el color del cristal con que se mira.
Hoy es un día azul de primavera,
Creo que moriré de poesía,
De esa famosa joven melancólica
No recuerdo ni el nombre que tenía.
Sólo sé que pasó por este mundo
Como una paloma fugitiva:
La olvidé sin quererlo, lentamente,
Como todas las cosas de la vida.

Vendrá un viento del sur
a golpear en las puertas cerradas y en los vidrios
a golpear en los rostros de agrios gestos.

Vendrán alegres oleajes ruidosos
subiendo las veredas y calles silenciosas
por el barrio del puerto.

Que se lave la cara de la ciudad endurecida
sus piedras y maderas polvorientas, raídas
su corazón sombrío.

Que por lo menos haya asombro en las opacas
miradas taciturnas.
Y que muchos se asusten y los niños se rían
y el verdor de la luz del agua nos despierte
nos bañe, nos persiga.

Que nos de por correr y abrazarnos
que se abran las puertas de todas las casas
y salga la gente
por las escaleras, desde los balcones
llamándose…