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TIempo

engendra más violencia la / violencia / o eso me dijeron / pero todos los rascacielos de este país / siguen en pie / a pesar de la sangre / que fabrica un barco debajo de la lengua / tras pronunciar su nombre / la violencia engendra / más oportunidad para la foto / al pie de un templo / en llamas / me uno a la resistencia / y alguien me da una rosa / del color de rendirse / la violencia engendra sed / algo nuevo que pide / agua limpia / una vez / hacia el cielo / oscuro / y con manchas / alcé un puño / enfundado en un guante / cosido en un país / destruido por nuestras bombas / compré los guantes en un negocio / después de las doce de la noche / la cajera tenía una foto de su hija / estampada en la remera / y parecía que había estado llorando / antes de que yo llegara / la violencia engendra un hambre de calor / a toda costa / en el auto con el motor en marcha / hago una lista de cosas / que todavía no se tragaron / los fantasmas con cuernos de este imperio / si te construís tu propia carcel / podés encontrar tu propio mapa / hacia la libertad / el humo de todos nuestros motores / le hace señas al sol / para atraerlo / los mares crecen / a la altura de un chico / a caballito de su mamá / que señala el horizonte con un único / dedo / tembloroso

La siesta

“Las verdaderas historias están escritas con esa misma fuerza loca y desmedida de la infancia: para resistir, y antes de ser escritas han pasado por los huesos y por las venas y por cada fibra del organismo de un ser vivo. Esas historias no pueden ser sino lo que son, no son alegorías ni símbolos, no establecen metáforas entre las cosas del mundo, son ellas mismas la metáfora que alguien lee en su propia carne, desprendidas del dolor o del placer o de la furia o del asco como la cáscara de una herida, como la pequeña capa que la protege insuficientemente y que ha de dejarla expuesta para que pueda curarse al sol, al aire libre, cuando sea el tiempo.”

 Claudia Masin

¿Quién creó el mundo?
¿Quién dio forma al cisne, al oso negro?
¿Quién hizo al saltamontes?
Me refiero a este saltamontes,
el que acaba de saltar en la hierba,
el que ahora come azúcar de mi mano,
el que mueve las fauces de atrás para adelante y no de arriba abajo,
el que mira a su alrededor con enormes ojos complicados.
Ahora levanta una de sus patas y se lava la cara cuidadosamente.
Ahora de pronto abre sus alas y se va flotando.
Yo no sé con certeza lo que es una oración.
Sin embargo sé prestar atención
y sé cómo caer sobre la hierba,
cómo arrodillarme en la hierba,
cómo ser bendita y perezosa,
cómo andar por el campo,
que es lo que llevo haciendo todo el día.
Dime, ¿qué más debería haber hecho?
¿No es verdad que todo al final se muere, y tan pronto?
Dime, ¿qué planeas hacer con tu preciosa, salvaje, única, vida?

Mary Oliver

Yo tenía ganas de hacer como los dos hombres que

vi sentados en la tierra cepillando hueso. Al principio creí

que aquellos hombres no estaban bien. Porque se la pasaban

sentados en el suelo todo el día cepillando hueso. Después

aprendí que aquellos hombres eran arqueólogos. Y que

hacían el servicio de cepillar hueso por amor. Y que

querían encontrar en los huesos vestigios de antiguas

civilizaciones que estarían enterradas por siglos

en aquel suelo. Entonces pensé en cepillar palabras. Porque

había leído en algún lugar que las palabras eran

caparazones de clamores antiguos. Yo quería ir detrás de los

clamores antiguos que estaban guardados dentro de las

palabras. Yo sabía también que las palabras poseen

en su cuerpo muchas oralidades remontadas y muchas

significancias remontadas. Quería pues cepillar las

palabras para escuchar la primera mueca de cada una,

Para escuchar los primeros sonidos, aunque todavía

bígrafos. Empecé a hacer eso sentado en mi

escritorio. Pasaba horas enteras, días enteros

dentro de mi cuarto, encerrado, cepillando palabras.

Entonces mis amigos preguntaron, ¿qué hacía todo el día

encerrado en aquel cuarto? Les respondí, medio

entresoñado, que estaba cepillando palabras.

Les pareció que yo no estaba bien. Entonces tiré

el cepillo afuera.

Manoel de Barros, Memorias inventadas

Va a llegar el momento
en que, lleno de alegría,
te vas a saludar a vos mismo
al llegar a tu propia puerta, frente a tu propio espejo,
y uno va a sonreírle al otro que le da la bienvenida
y le va a decir: Vení. Sentate a comer.
Vas a querer de nuevo a ese desconocido que eras vos.
Servile vino. Dale pan. Devolvele tu corazón
a tu corazón, al desconocido que te quiso
toda la vida, al que ignoraste
confundiéndolo con otro, que te conoce de memoria.
Bajá las cartas de amor de la biblioteca,
las fotos, las notas desesperadas,
arrancate tu imagen del espejo.
Sentate. Hacete un festín con tu vida.

Derek Walcott

Pasa la vendedora de frutas.

Pasa y nombra delicias.
Al nombrarlas, me las anticipa.

Canto esa mano que las ofrece, 
y canto ese pequeño sol de mimbre 
donde ella trae frutas de la estación.

Naranjas, mandarinas, 
un racimo de uvas, 
una yunta de pinas, 
todo un año de frutas, 
la dulzura de un día.

Guarda el dinero de la venta
en un pañuelo y sigue,
cruza esta plaza del adiós
como quien cruza todas las plazas que recuerdo
y dice todos los adioses que no olvido.


Quisiera verla, de repente, 
sin saber si viene o se va. 
Quisiera creer que se queda 
por ser parte de este lugar.

Ya la veo en la calle.
Hay sombras que barren la acera.
Después, se barren a sí mismas.

Hay niños que juegan a ser viejos
y, sin embargo,
no hay juego más antiguo que ser niño.

Ella se aleja, sigue andando.

Yo veo en un instante
el haz radiante de los años.

Veo zapatos de mujer
en una marcha lenta, larga, larguísima.
Nunca termina de pasar el ayer.


Pasan los años perros callejeros 
Pasan los años borrachitos olvidados.

Un tiempo ya en muletas, ya vestido 
de veterano en uniforme militar, 
desfila, por supuesto, con tristeza.

Y nadie sabe cuántos años tiene 
un espectro de poncho y de cigarro.

Busco en este folclor de muertos
a la vendedora de frutas.
Tengo suerte, pues no la encuentro.

Pienso en el río que combate a la piedra
hasta dejarla sin aristas, indefensa,
sin puntas y sin filos, derrotada.
Cantemos hoy a quien resiste
y no le demos tanto valor a una metáfora.
Yo, por mi parte, canto a la vendedora de frutas.

Jacobo Rauskin, tomado de La biblioteca de Marcelo Leites

Si se toma una naranja
en buen estado
y se la deja
en Buenos Aires
bajo techo
el primer día del verano
a la temperatura ambiente:

—lunes seis de enero

la naranja se endurece
se vuelve más opaca
de superficie rugosa.
En una parte la piel
si se presiona
cede algo.

—lunes veinte de enero

La zona que era dura
está más dura;
la blanda reblandecida.
Se advierte un olor distinto.

—lunes tres de febrero

El foco de blandura
se cubre de verdín
y al costado
en un punto
la piel se debilita;
una franja circular
firme aún
muestra su antiguo color.

—lunes diecisiete de febrero

Aparece otro foco
en el medio
y un tercero
mayor
en la parte
que apoya en el mármol.
Grietas
pequeñas se insinúan
como si la naranja
cayendo
hubiera golpeado
en un borde
repetidas veces.
La forma ya no es oval.

-lunes veinticuatro de febrero

Figuras que cambian
en verde y en blanco
por todo el contorno.
La piel se repliega
se torna más suave.
Oliendo de cerca
los ojos cerrados
parece perfume.

-lunes dos de marzo

La naranja
se sigue aplastando
adquiere contornos cuadrados

-lunes 9 de marzo

El blanco y el verde armonizan
en el fondo marrón;
lo quiebran
las grietas profundas.

-lunes dieciseis de marzo

Si se deja caer la naranja
de lo alto
sobre el piso
suena a hueco
rebota parcialmente.
Liviana, reseca.
El olfato
percibe los restos
del olor que tuvo
la esencia misma
lejana
ahondando.

Darío Canton

A Jorge Arbeleche

De repente
hay duraznos
en la frutería al lado de la parada del colectivo en el Bulevar Artigas

Brillan
a pesar del humo de los colectivos
de los tipos que fuman esperando el 121

Cada durazno
es la teta redonda y delicada de una virgen
que aún no machucó una mano áspera

Podrías pensar
que los hombres tirarían los cigarrillos
se quedarían mirándolos, pero no

sólo las mujeres
advierten su presencia, chasquean la lengua
contando sus pesos

Primero una
después otra se acercan. Sin comprar todavía
se quedan con los ojos cerrados

aspirando
el dulce olor del verano
que les acaricia las tetas

Jesse Lee Kercheval, traducción de Zaidenwerg

Hoy me niego a pensar.
Yo siempre filosofo. Siempre
rumio. Basta de todo eso
Hoy quiero ser un nabo
hortaliza inconsciente
sin valor
una ardilla que salta desde un árbol
a otro por placer o por temor
al gato. Nada de detenerme
en pleno vuelo para reflexionar
Hoy no hay recuerdos tristes
Que los muertos sigan muertos
¡Escúchenme, fantasmas! Y miren
cómo muerdo esta manzana
Mundo rojo y maduro
con vos tengo bastante

 (JESSE LEE KERCHEVAL)