Cuentan los taoístas, que en el gran comienzo del No Comienzo, Espíritu y Materia se trabaron en mortal combate. Finalmente, el Emperador Amarillo, el Sol del Cielo, triunfó de Shuhyung, demonio de las tinieblas y de la tierra. El titán en su agonía golpeó su cabeza contra la bóveda solar e hizo estallar en fragmentos la cúpula de jade. Las estrellas perdieron sus nidos, la luna viajó a la ventura por los abismos salvajes de la noche. Desesperado, el Emperador Amarillo buscó a diestra y siniestra a los rapadores de los cielos. Su búsqueda no fue vana. De las profundidades del Mar del Este surgió una Reina, la divina Niuka, coronada de cuernos y la cola de dragón, resplandeciente en su armadura de fuego. Soldó el arco iris de cinco colores en su caldero mágico y reedificó el cielo chino. Pero también se cuenta que Niuka se olvidó de llenar dos pequeñas grietas en el firmamento. Así empezó el dualismo del amor -dos almas rodando a través del espacio sin reposo hasta conseguir unirse y de esa manera completar el universo. Cada uno debe edificar nuevamente su cielo (…) Mientras, tomemos un sorbo de té. El resplandor del atardecer alumbra los bambúes, las fuentes burbujean placenteras, en la pava se escucha el susurro de los pinos. Permítasenos soñar con lo que se desvanece y demorarnos en la hermosa simplicidad de las cosas.
En El libro del té, Okakura Kakuzo