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Futuro

Cerezos en flor

en la noche azul

niebla helada, el cielo brilla

con la luna

copas de los pinos

se inclinan azul-nieve, se difuminan

en el cielo, escarcha, bajo la luz de las

estrellas

el crujido de botas.

rastro de conejo, rastro de ciervo,

qué sabemos.

                                   Gary Snyder

Despierto y pienso: es como si un árbol pudiera

despertar en medio de la noche. ¿Qué sabemos?

¿Qué sabemos de cualquier cosa,

de cualquier ser que nos rodea, qué

sabemos? Encerrados en el propio cuerpo, aislados

de todos los hechos asombrosos que suceden

sin que podamos verlos ni sentirlos ni creer siquiera

que existen. Quizás la vida

vegetal también descansa, también tiene sus noches o sus días

de vigilia, ciertas formas de la angustia o de la pena

que no comprenderíamos jamás, algún contacto

-¿el sol, la lluvia, el viento?- que las serena.

Pero imaginemos cómo sería el dolor en la materia

que no puede moverse. Que está condenada

a quedarse en su lugar, que no tiene

manera de huir, de esconderse. ¿Y si no fueran

el rayo, el hacha, el alud, la creciente

los únicos peligros que enfrenta? Miremos

el cerezo, hermoso y prescindente en la última

noche del invierno ¿Y si más allá

de las plantas parásitas que lo asfixian y las pestes

hubiera un tremendo deseo saliendo de la raíz,

subiendo por el tronco maltrecho,

emergiendo por las ramas y las hojas, aullando

en un silencio que no puede romperse, si hubiera

algo que quiere salir, explotar en el mundo,

allá afuera, pero está quieto, quieto, encarcelado dentro?

¿Nunca se sintieron así, paralizados, incapaces de moverse,

completamente rotos por el choque que produjo

otro cuerpo sobre el propio, antes de irse?

Yo aún conservo las heridas,

las marcas de tu presencia. Se irán perdiendo.

Tu voz, esa manera de decir hasta la palabra

más sencilla como si fuera una canción que una vez que termina

deja en el aire una estela de increíble belleza, pero ya

no se puede alcanzar, no está en ninguna parte, ha durado

lo que duró la frase que dijiste. Toda la vida voy

a vivir en el aire donde sonó esa voz, dejó esa estela.

Toda la vida voy a ser como el árbol

que te entrega las flores una vez al año, única

manifestación de su amor y su tormento por la vida

de allá afuera, por todo lo que perdió y no puede

recuperar. La belleza de la que sea capaz,

aunque sea mínima y pobre y en nada se parezca

a la floración blanca y perfecta de los cerezos, va a ser tuya.

Yo seré siempre lo que hoy soy: una rama que se esfuerza

por hacer brotar una flor, aunque sea una sola,

para que la mires una vez más

antes de que llegue el invierno, antes

de que se quede sin savia y sin fuerza. Eso

será mi vida: la intensidad

del intento. Ya sé que no verás

nada de lo que te ofrezco. Pero aquí

me quedo, hasta convertirme en vos por insistencia,

hasta traerte de regreso en mi cuerpo, cuando mi cuerpo

sea igual al tuyo: el barro, el tronco abierto, la rama

desnuda y seca, los pétalos deshechos.

Si no envejeciéramos, si el tiempo y su paso no estuvieran construidos en el propio código de la vida, la reproducción sería innecesaria y no existiría la sexualidad. Siempre ha estado claro que la sexualidad es un salto de la especie por encima de la muerte; es ésta una de las verdades que preceden a la filosofía.
El amor también intenta saltar sobre la muerte, pero, por definición, su salto no puede ser igual que el salto de la especie porque el ser amado constituye la imagen más definida, más diferenciada que pueda imaginar la mente humana. Cada uno de tus cabellos.
El impulso sexual de reproducirse y llenar el futuro es un impulso contra la corriente del tiempo que fluye sin cesar hacia el pasado. La información genética que garantiza la reproducción actúa contra la disipación. El animal sexual —como el grano de trigo— es una prolongación del pasado hacia el futuro. La escala de ese ámbito, que abarca milenios, y la distancia cubierta por ese breve circuito temporal que es la fertilización son tales que la sexualidad deviene algo impersonal, incluso para las mujeres y los hombres. El mensaje es más importante que el mensajero. La fuerza impersonal de la sexualidad se opone al no menos impersonal paso del tiempo; es su antítesis.
La pugna de estas dos fuerzas contrapuestas no sólo crea, sino también sujeta todas las vidas. El hablar de «sujeción» es otra manera de definir la Existencia. Lo que nos resulta desconcertante en la Existencia es que representa al mismo tiempo la quietud y el movimiento. La quietud de un equilibrio creado por el movimiento de dos fuerzas que se oponen.
La fuerza de la sexualidad será por siempre algo inacabado, incompleto. O, mejor dicho, finaliza, pero sólo para volver a empezar; siempre como si fuera la primera vez.
Por el contrario, el ideal del amor es contenerlo todo. «Ahora comprendo —escribía Camus— lo que ellos llaman gloria: el derecho a amar sin límites». Esta ausencia de límites no es pasiva, pues la totalidad que el amor exige sin descanso es precisamente la totalidad que el tiempo parece fragmentar y esconder. El amor es reconstruir el corazón de esa sujeción que es la existencia.
John Berger, en Y nuestros rostros, vida, breves como fotos

Los poemas no se parecen a los cuentos, ni tan siquiera cuando son narrativos. Todos los cuentos tratan de batallas, de un tipo o de otro, que terminan en victoria y derrota. Todo avanza hacia el final, cuando habremos de enterarnos del desenlace.

Indiferentes al desenlace, los poemas cruzan los campos de batalla, socorriendo al herido, escuchando los monólogos delirantes del triunfo y del espanto. Procuran un tipo de paz. No por la hipnosis o la confianza fácil, sino por el reconocimiento y la promesa de que lo que se ha experimentado no puede desaparecer como si nunca hubiera existido. Y, sin embargo, la promesa no es la de un monumento. (¿Quién quiere monumentos en el campo de batalla?). La promesa es que el lenguaje ha reconocido, ha dado cobijo a la experiencia que lo necesitaba, que lo pedía a gritos.

Los poemas están más cerca de las oraciones que de los cuentos, pero en la poesía no hay nadie detrás del lenguaje que se recita. Es el propio lenguaje el que tiene que oír y agradecer. Para el poeta religioso, la Palabra es el primer atributo de Dios. En toda la poesía, las palabras son una presencia antes de ser medios de comunicación.

No obstante, la poesía utiliza las mismas palabras y, más o menos, la misma sintaxis que, por ejemplo, el informe anual de una empresa multinacional. (Empresas que preparan, para su propio provecho, los más terribles campos de batalla del mundo moderno).

¿Qué hace entonces la poesía para transformar tanto el lenguaje, que, en lugar de limitarse a comunicar información, escucha y promete y desempeña el papel de un dios?

El que un poema use las mismas palabras que el informe de una multinacional no es más significativo que el hecho de que un faro y una cárcel puedan estar construidos con piedras de la misma cantera, unidas con la misma argamasa. Todo depende de la relación entre las palabras. Y la suma total de todas esas relaciones posibles depende de la manera en la que el escritor se relaciona con el lenguaje, no como vocabulario, no como sintaxis, ni siquiera como estructura, sino como un principio y una presencia.

El poeta sitúa el lenguaje fuera del alcance del tiempo; o, más exactamente, el poeta se aproxima al lenguaje como si fuera un lugar, un punto de encuentro en donde el tiempo no tiene finalidad, en donde el propio tiempo queda absorbido y dominado.

La poesía habla, con frecuencia, de su propia inmortalidad, y esta reivindicación es mucho más trascendente que la del genio de un poeta determinado perteneciente a una historia cultural determinada. No debe confundirse aquí la inmortalidad con la fama póstuma. La poesía puede hablar de inmortalidad porque se abandona al lenguaje en la creencia de que el lenguaje abraza toda experiencia, pasada, presente y futura.

Sería engañoso hablar de la promesa de la poesía, pues una promesa se proyecta en el futuro, y es precisamente la coexistencia del futuro, el presente y el pasado lo que propone la poesía.

A una promesa que afecta al presente y al pasado tanto como al futuro mejor la llamaríamos certeza.

Para mí la poesía es la lucha contra nuestro enemigo el tiempo, y un intento de integrarse a la muerte, de la cual tuve conciencia desde muy niño, a cuyo reino pertenezco desde muy niño, cuando sentía sus pasos subiendo la escalera que me llevaba a la torre de la casa donde me encerraba a leer. Sé que la mayoría de las personas que conozco y conocemos están muertas, que creo que la muerte no existe o existe sólo para los demás. Por eso en mis poemas está presente la infancia, porque –para mí– el tiempo más cercano a la muerte y en donde verdaderamente se entiende lo que significa. Por otra parte, yo no canto a una infancia boba, en donde está ausente el mal, a una infancia idealizada; yo sé muy bien que la infancia es un estado que debemos alcanzar, una recreación de los sentidos para recibir limpiamente la «admiración ante las maravillas del mundo». Nostalgia sí, pero del futuro, de lo que no nos ha pasado, pero que debiera pasarnos.

 

Jorge Teillier, en «Sobre el mundo donde verdaderamente habito o la experiencia poética«

Virrey del Pino y Amenábar, 4 de julio de 2000

 

Vendido

leo desde el café

de hacer tiempo los martes

y en el balcón, el cartel

señala el drama microcósmico

de la viuda que riega amorosamente

las macetas.

 

De no ser por el cartel

yo no sabría que las macetas no caben

en el cuchitril donde se mudará

ni que se despide de sus cosas con estoicismo

pues ha empezado el camino de la reducción

(los anillos, los recuerdos, los trajes del marido

la casa, el violín de su padre, la TV por cable)

hasta que un día quede resumida

en el talco de sus huesos

 

no sabría yo que apenas conoce al nuevo dueño

sólo del trámite ante escribano público

pero le deja las plantas

como le gusta a ella tenerlas,

como un mensaje al futuro.

T

Entonces sé qué va a ocurrir

como sé que la viuda que riega las plantas es viuda

 

(por qué no sé estas cosas cuando estoy en otra parte)

 

las plantas no serán del gusto del nuevo propietario

las azaleas, los geranios,

la compañía de segunda mano que implican esas flores

(y si hay compañía es por contraprestación de soledad)

o tal vez otra cosa de viejas que él no sabrá comprender.

 

Ahora pasan debajo del balcón

dos chicas fumando

una señora se detiene a mirar los zapatos

que ha de arreglar el remendón de la planta baja

 

(los zapatos también se irán renovando

como el que se sienta a esta mesa

observatorio del café)

 

pasa una chica con un perro

y el perro va y orina el umbral del remendón

para ampliar la concepción de su universo

como un emperador chino habrá ido ampliando

lo tangible de su imperio

agregando marcas en el mapa

 

el afilador en bicicleta

el sacerdote, la monja, el rabino

todos los oficios y todas las convicciones

todas las indecisiones

pasan debajo del balcón de la viuda

 

hasta las otras viudas pasan

 

todo lo veo desde el café de enfrente

con la clarividencia que inspiran los cafés.

 

Una mujer prueba sombreros

en la boutique de la esquina

su coquetería me distrae

de la coquetería que la viuda

ponía en las flores del balcón

 

vuelvo a mirar hacia allí

y la persiana cae, respetuosamente

saludando a un cortejo fúnebre

que la viuda sólo a mí

me deja ver.

 

Silvia López, en Cartografías

Preguntas adioses reencuentros
XI

Y éste es el sol, no el del poema, sino el sol, el que
ilumina,
y ésta es la mujer que cegaba como un sol en el centro
de la noche,
y ésta es la luz, la que transparenta los árboles que
tiemblan en el aire como si palabras fuesen:

-¿Falta mucho para la ciudad siempre lejana?

-No sé, pero recuerdo como si fuese ahora: sobre sábanas muy blancas y encrespadas, todo el mar

El príncipe

El joven ciruelo
delgado como un junco
con las hojas
salpicadas de oro
me hace pensar
en un príncipe enfermo

si pudiera bailar
para él
como una concubina
y cantar con una boca
roja y tierna
las bodas floridas
de septiembre

y el verde traje
brillante de octubre
y los frutos redondos
y purpúreos de noviembre

si supiera
descorrer para él
los velos del futuro
y mostrarle
la blanca corona
que ceñirá su dulce frente
en un tiempo no lejano

con qué felicidad lo haría
aunque debiera
volverme yo misma
un engaño de la fiebre
una sombra danzante
en la tarde de otoño

 

Sonia Scarabelli, tomado de http://lamanzanaenelgusano.blogspot.com.ar/

Vendrá un viento del sur
a golpear en las puertas cerradas y en los vidrios
a golpear en los rostros de agrios gestos.

Vendrán alegres oleajes ruidosos
subiendo las veredas y calles silenciosas
por el barrio del puerto.

Que se lave la cara de la ciudad endurecida
sus piedras y maderas polvorientas, raídas
su corazón sombrío.

Que por lo menos haya asombro en las opacas
miradas taciturnas.
Y que muchos se asusten y los niños se rían
y el verdor de la luz del agua nos despierte
nos bañe, nos persiga.

Que nos de por correr y abrazarnos
que se abran las puertas de todas las casas
y salga la gente
por las escaleras, desde los balcones
llamándose…