archivo

Dolor

En esa casa

En esa casa, a puerta cerrada,
mataban chanchos.
Ver muertes y destripes
nos hubiera sido más benigno:
ya habríamos olvidado.

Pero no: sentados en la vereda rota
sólo oíamos gritos desesperados,
largos vagidos de agonía. Nuestra imaginación
creó un animal casi humano.

Los ruidos de la muerte venían por el aire.
No respires, dijo alguien.
¿Fui yo el que hablo? No lo sé, pero todos intuimos
que esa agonía
entraba en nosotros
como un oscuro veneno
que algún día tenemos que devolver.

La siesta

“Las verdaderas historias están escritas con esa misma fuerza loca y desmedida de la infancia: para resistir, y antes de ser escritas han pasado por los huesos y por las venas y por cada fibra del organismo de un ser vivo. Esas historias no pueden ser sino lo que son, no son alegorías ni símbolos, no establecen metáforas entre las cosas del mundo, son ellas mismas la metáfora que alguien lee en su propia carne, desprendidas del dolor o del placer o de la furia o del asco como la cáscara de una herida, como la pequeña capa que la protege insuficientemente y que ha de dejarla expuesta para que pueda curarse al sol, al aire libre, cuando sea el tiempo.”

 Claudia Masin

Los sentimientos nunca son una palabra. Son una superposición dinámica de gases que se van develando de a poco, solapando, reemplazando unos a otros, volviéndose líquidos en un encontrarse, cristalizando en dolores viejos, en amores reposados.

El lenguaje sirve para las percepciones, para todo lo que entra por la piel, para las astucias de los cinco sentidos, pero los sentimientos siempre un poco se le escapan. Las palabras le erran, o suelen errarle, o no siempre alcanzan para lo que uno siente adentro, en el espacio entre la mente y la carne

Cerezos en flor

en la noche azul

niebla helada, el cielo brilla

con la luna

copas de los pinos

se inclinan azul-nieve, se difuminan

en el cielo, escarcha, bajo la luz de las

estrellas

el crujido de botas.

rastro de conejo, rastro de ciervo,

qué sabemos.

                                   Gary Snyder

Despierto y pienso: es como si un árbol pudiera

despertar en medio de la noche. ¿Qué sabemos?

¿Qué sabemos de cualquier cosa,

de cualquier ser que nos rodea, qué

sabemos? Encerrados en el propio cuerpo, aislados

de todos los hechos asombrosos que suceden

sin que podamos verlos ni sentirlos ni creer siquiera

que existen. Quizás la vida

vegetal también descansa, también tiene sus noches o sus días

de vigilia, ciertas formas de la angustia o de la pena

que no comprenderíamos jamás, algún contacto

-¿el sol, la lluvia, el viento?- que las serena.

Pero imaginemos cómo sería el dolor en la materia

que no puede moverse. Que está condenada

a quedarse en su lugar, que no tiene

manera de huir, de esconderse. ¿Y si no fueran

el rayo, el hacha, el alud, la creciente

los únicos peligros que enfrenta? Miremos

el cerezo, hermoso y prescindente en la última

noche del invierno ¿Y si más allá

de las plantas parásitas que lo asfixian y las pestes

hubiera un tremendo deseo saliendo de la raíz,

subiendo por el tronco maltrecho,

emergiendo por las ramas y las hojas, aullando

en un silencio que no puede romperse, si hubiera

algo que quiere salir, explotar en el mundo,

allá afuera, pero está quieto, quieto, encarcelado dentro?

¿Nunca se sintieron así, paralizados, incapaces de moverse,

completamente rotos por el choque que produjo

otro cuerpo sobre el propio, antes de irse?

Yo aún conservo las heridas,

las marcas de tu presencia. Se irán perdiendo.

Tu voz, esa manera de decir hasta la palabra

más sencilla como si fuera una canción que una vez que termina

deja en el aire una estela de increíble belleza, pero ya

no se puede alcanzar, no está en ninguna parte, ha durado

lo que duró la frase que dijiste. Toda la vida voy

a vivir en el aire donde sonó esa voz, dejó esa estela.

Toda la vida voy a ser como el árbol

que te entrega las flores una vez al año, única

manifestación de su amor y su tormento por la vida

de allá afuera, por todo lo que perdió y no puede

recuperar. La belleza de la que sea capaz,

aunque sea mínima y pobre y en nada se parezca

a la floración blanca y perfecta de los cerezos, va a ser tuya.

Yo seré siempre lo que hoy soy: una rama que se esfuerza

por hacer brotar una flor, aunque sea una sola,

para que la mires una vez más

antes de que llegue el invierno, antes

de que se quede sin savia y sin fuerza. Eso

será mi vida: la intensidad

del intento. Ya sé que no verás

nada de lo que te ofrezco. Pero aquí

me quedo, hasta convertirme en vos por insistencia,

hasta traerte de regreso en mi cuerpo, cuando mi cuerpo

sea igual al tuyo: el barro, el tronco abierto, la rama

desnuda y seca, los pétalos deshechos.

Leo que el capullo
del cerezo sakura,
y también el capullo del durazno
y el de la ciruela, caen al suelo
apenas mecidos por la brisa
sin estar plenos.

Su momento de mayor belleza
es allí, sobre la hierba.
Tras la caída
se hacen completos.

Los miro y bajo el tibio sol
aprendo.

Renü

Mülefuy kiñe renü, tüye kimeleyew engün chi llum ñi üñfituam che mew kam ñi doy kümengeam küdaw mew… iney kimi chew muley tüfeychi renü. Trürkechi kiñe che azmaeyew wüla pepilan kimniekan chew mülefuy. Feychi

pichikechengefuiñ  pieiñ mew,¡ amukilmün fey püle!

                                                                                   we nütram

perimontu reke akun

tüfey trafn rüpü mew

kiñe rüpü Diadema püle

ka fill mapu püle

meñkufun kutranpiuke

wirarüfuli wezwez zungun pun mew

mongelwey

femngechi lelümwün

pu nemül mew

kiñe nemül

mütrowfi pülli

kiñe wëlngiñ nülawi

guitarra ñi züngun

mangelkonüenew

konün

kimkülen müte

fentrenchengeiñ

kimniefiñ kiñekeche

welu upen ñi pu üi

kiñe pengelwe mew wüluwi

pepilfekekuzaw

ülkantufengen kiñe rockbanda mew

trokiñülkantufengen nengemuwn fitruñkalül mew

zünguln chi cumbia ñi kom purruam

külafan kashni

zewman püllü zonüpülata mew

llochokünun kayulelu cuerda

ülkantun treike ñi llaufen mew

wente pülli koñmalelu

nien mapu kachu mew

mamull ka lewfü mew

ñomümün aukakawel

wirafülu ngeno witrantükuwe

kachutulu mi pu kuw mew

umautun pu namun inal mew

tüfey mew chalintükuwn

montuy tüfachi apill

katrülu rangiñ ñi mollfüñ

küpa ngümafiñ pu nemül

ngütrawfiñ ñi epe charcharüam

ñi küme nümün choyüwun yayü reke

trawüln iñche ñi trüran nelülelu

llapümn tüfachi yafü allfen em

kakülkünuley

rangiñ pu nemül ñi namuntun

kimlan müten

kimllükan

atregkenge

kiñekenüpeyüm nüyfingun neyen

waglüketrewa chefküingun pu lengleng

…..

ayüwiiñ yu ñuke

wirarümu femngechi rume

kimelfingu iñche ñi epu püñeñ

kiñe rupa miawuli

ñuili

petuenew iñche mew

femngechi rume

rangiñ kiñe püllau

nülalefuiñ pu nemül

lien chüngarün mew.

renü

Había unas cuevas de los brujos, allí les enseñaban el secreto para hacer daño a la gente o para ser el mejor en los oficios… Vaya a saber dónde estaban esas cuevas. Igual si alguno la encontraba después no recordaba. De chiquitos nos decían, no va a andar pasando por ahí…

                                                                                                           Testimonio oral reciente

como aparecida llegué

hasta ese cruce:

un camino a Diadema

el otro, al mundo

cargaba un dolor que se aliviaba

con gritarle extravíos a la noche

así fue que me solté en palabras

y en una de esas

se sacudió la tierra

una puerta se abrió

una voz de guitarra

me convidó a pasar

y entré

sin atenuantes.

éramos tantos ahí

algunos conocidos

pero olvidé sus nombres

en un mostrador se ofertaban

los oficios de la fama

vocalista en la banda de rock

ser una del coro y moverse con un cuerpo de humo

tocar la cumbia que haga bailar a todos

clavar la taba

hacer la suerte de billetes arrugados

desafinar la sexta cuerda

cantar a la sombra de los sauces

sobre la tierra regada

tener un territorio con pasto

leña y río

amansar potros

hacerlos galopar sin riendas

que vengan a comer el pasto de tus manos

ponerte a dormir a la orilla de sus cascos

y ahí me entregué

dejé escapar el deseo

que andaba coagulado por mi sangre

quiero llorar palabras

condensarlas a punto de estallar

que sus aromas me broten como en celo

juntar los pedazos de mí

que siguen sueltos

curar esta dura cicatriz

que se atraviesa en el andar

de las palabras

no supe más

aprendí el miedo

los ojos congelados

unas garras aferrándose del aire

y un aullido de perros rebotando por el cráneo

………..

“te amamos

 nuestra mamá”

 que me gritaran así

les enseñé a mis hijas

por si anduviera alguna vez

perdida

así me hallaron

en el medio de un charco

abriendo las palabras

con cuchillos de plata.

Tomado de https://www.agenciapacourondo.com.ar/cultura/poema-que-vuelve-liliana-ancalao

Cuando mi perro murió hubo que cremarlo.
En una cajita me dieron
piedras pequeñas de grises distintos.
No parecían cenizas.
Las enterré en un cantero del patio común,
debajo de un cerco. Moví la tierra con las manos
como quien busca un lugar fresco y allí volqué los restos.
A la mañana siguiente, a la luz del día,
algunas piedras, que habían quedado en la superficie,
todavía brillaban.
Después vinieron horas lentas, un vacío extraño
y el dolor en mi pecho, la piedra más dura.

Raquel Sinelli, en http://lospoetasnovanalcielo.blogspot.com/2020/07/raquel-sinelli.html

Hablándole al dolor

 

Ah, dolor, no debiera darte el trato

de un perro vagabundo

que llega hasta la puerta trasera por si logra

un trozo de pan duro, un hueso mondo.

Debería confiar en ti.

 

Debería halagarte y conseguir

que pasaras adentro y ofrecerte

un rincón propio,

con una vieja alfombra para echarte

y tu propia escudilla.

 

Te piensas que no sé que llevas tiempo

instalado en mi porche.

Quieres que quede listo tu sitio genuino

antes de que sea invierno. Necesitas

tu nombre, tu collar, la chapa

de identificación. Y necesitas

el derecho a espantar a los intrusos,

a quedarte en mi casa y

sentirla como propia,

a mí como algo tuyo

y a ti

como mi propio perro.