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Naranjas

Si se toma una naranja
en buen estado
y se la deja
en Buenos Aires
bajo techo
el primer día del verano
a la temperatura ambiente:

—lunes seis de enero

la naranja se endurece
se vuelve más opaca
de superficie rugosa.
En una parte la piel
si se presiona
cede algo.

—lunes veinte de enero

La zona que era dura
está más dura;
la blanda reblandecida.
Se advierte un olor distinto.

—lunes tres de febrero

El foco de blandura
se cubre de verdín
y al costado
en un punto
la piel se debilita;
una franja circular
firme aún
muestra su antiguo color.

—lunes diecisiete de febrero

Aparece otro foco
en el medio
y un tercero
mayor
en la parte
que apoya en el mármol.
Grietas
pequeñas se insinúan
como si la naranja
cayendo
hubiera golpeado
en un borde
repetidas veces.
La forma ya no es oval.

-lunes veinticuatro de febrero

Figuras que cambian
en verde y en blanco
por todo el contorno.
La piel se repliega
se torna más suave.
Oliendo de cerca
los ojos cerrados
parece perfume.

-lunes dos de marzo

La naranja
se sigue aplastando
adquiere contornos cuadrados

-lunes 9 de marzo

El blanco y el verde armonizan
en el fondo marrón;
lo quiebran
las grietas profundas.

-lunes dieciseis de marzo

Si se deja caer la naranja
de lo alto
sobre el piso
suena a hueco
rebota parcialmente.
Liviana, reseca.
El olfato
percibe los restos
del olor que tuvo
la esencia misma
lejana
ahondando.

Darío Canton

A semejanza tuya,
a tu imagen,
naranja,
se hizo el mundo:
redondo el sol, rodeado
por cáscaras de fuego:
la noche consteló con azahares
su rumbo y su navío.
Así fue y así fuimos,
Oh tierra,
descubriéndote,
planeta anaranjado.
Somos los rayos de una sola rueda
divididos
como lingotes de oro
y alcanzando con trenes y con ríos
la insólita unidad de la naranja.
Patria
mía,
amarilla
cabellera,
espada del otoño,
cuando
a tu luz
retorno,
a la desierta
zona
del salitre lunario,
a las aristas
desgarradoras
del metal andino,
cuando
penetro
tu contorno, tus aguas,
alabo
tus mujeres,
miro cómo los bosques
balancean
aves y hojas sagradas,
el trigo se derrama en los graneros
y las naves navegan
por oscuros estuarios,
comprendo que eres,
planeta,
una naranja,
una fruta del fuego.

Estamos calladas en la mesa de la cocina,
se caen las naranjas de los cajones
que acabo de traer del camión.
Una a una encienden el piso
todo blanco.
Hablamos de papá y de cuánto extrañamos
que nos dé respuestas a todo.
Pasó muy lento el tiempo en esta casa,
quiero salir y cruzar las montañas,
detrás de los basurales,
en los ríos oscuros.
Ahora nado aunque mi cuerpo se sienta incómodo,
creo y me hundo en ese poquito de agua,
que era todo mar,
las montañas eran islas, decías,
y lo siguen siendo.
Todo está tieso por el polvo,
en la caja, las naranjas
son ecos de brillos naturales.
El tiempo comienza a pasar más rápido,
mi piel está dura y no puedo respirar.

Trepado al naranjo un día de llovizna
mientras mi bolso arquea la rama,
mi abrigo se cubre de pequeñísimas gotas;
debo estar loco de no saber agradecer.

La vida es un árbol que se carga de frutos,
sólo que no hay por qué esperar un día de sol,
sólo que nada hay que esperar sino la vida
corriendo como un viento entre las hojas.

Trepado al naranjo mi bolso arquea la rama,
con esta carga será -pienso- difícil bajar,
mientras tanto prosigo cortando naranjas
entre espinas y gotas de lluvia.

Roberto Malatesta, Flores bajo la lluvia, Ediciones del Dock